Salmo 87 – Dios, anhelamos llegar a tu presencia
El salmo 87 es un salmo de alabanza, y específicamente un “cántico de Sión”. Los “canticos de Sión” son un grupo de salmos de alabanza (p. ej. Sal. 48, 76, 84, 87, 122) que eran principalmente entonados por israelitas que viajaban a Jerusalén para adorar a Dios delante de su presencia. Con estos salmos (“cánticos de Sión”) los peregrinos recordaban a lo largo de su viaje las bendiciones de acercarse a la presencia de Dios, quién habitaba en el templo de la ciudad de Jerusalén, ubicado en monte de Sión.
Pensando en todo ello, el salmo 87 es un excelente ejemplo del entusiasmo que experimentaban los peregrinos por llegar a la ciudad de Jerusalén, la cual reconocían como la ciudad más importante de Israel (vv. 1-2); la ciudad de Dios (v.3), la habitación de Dios, y aquel lugar único sobre la tierra donde sus moradores podían disfrutaban, sin par, las bendiciones de la presencia de Dios (vv.4-7). Por lo que, en una oración sencilla, el tema del salmo 87 se puede resumir en la siguiente oración: Dios, anhelamos llegar a tu presencia.
EXPLICACIÓN DEL SALMO
Para facilitar el estudio del salmo 87, en esta ocasión vamos a referirnos a “Sión” o a “Jerusalén” como términos sinónimos para hablar de “la ciudad donde habita la presencia de Dios”. Y, en segundo lugar, vamos a dividir el cántico del salmo 87 en tres estrofas. En la primera estrofa (v. 1-3) veremos que el salmista enfatiza el carácter especial de Jerusalén. En la segunda estrofa (vv. 4-6) veremos que el autor describe a Jerusalén como un centro de adoración internacional. Y en la tercera estrofa (v.7) veremos que el poeta destaca el regocijo de los ciudadanos de Jerusalén.
I. El carácter especial de Jerusalén
1Su cimiento está en el monte santo.
2Ama Jehová las puertas de Sión
Más que todas las moradas de Jacob.
3Cosas gloriosas se han dicho de ti,
Ciudad de Dios.
Selah
El autor del salmo 87 comienza este cántico enfatizando varios aspectos que hacen de Jerusalén (la ciudad de Dios) una ciudad única y especial. Entre estos aspectos, el salmista dice en el verso 1 que la ciudad está fundada sobre un “monte santo”, que es una manera poética de señalar el carácter especial y apartado que tenía el monte Sión respecto al propósito de Dios en poner allí su santa presencia. Además, el salmista destaca en el verso 2 la preferencia de Dios hacia Jerusalén por sobre las otras moradas de Israel (“ama Jehová las puertas de Sión”); y, a raíz de que Su presencia mora en la ciudad, y en el Templo que está enclavado en el monte Sión, el salmista destaca que “gloriosas cosas se han dicho” de Jerusalén, la ciudad de Dios.
En vista de todo ello, el salmista es muy enfático en comunicar que el carácter distintivo de la ciudad se lo brinda esa relación tan especial que tiene Dios con aquella ciudad (y monte) que Él escogió para poner allí Su nombre (Dt. 12:3-6). Es decir, es por la presencia de Dios en ese lugar, que la ciudad de Jerusalén es la ciudad de Dios y el centro privilegiado sobre todas las ciudades del mundo (Sal 48; 68:17; 76:2–3; 78:54–68; 102:14–15; 122; 132:13–15; 137).
II. Jerusalén como un centro de adoración internacional
4Yo me acordaré de Rahab y de Babilonia entre los que me conocen;
He aquí Filistea y Tiro, con Etiopía;
Este nació allá.
5Y de Sion se dirá: Este y aquél han nacido en ella,
Y el Altísimo mismo la establecerá.
6Jehová contará al inscribir a los pueblos:
Este nació allí.
Selah
El autor del salmo 87 continúa su cántico describiendo a Jerusalén como un centro internacional de adoración a Dios. Por lo que, además de encontrar en Jerusalén familias nativa (israelitas), el autor señala que es posible ver en ella a diversas naciones congregadas para presentarse delante de Dios. Estas naciones son representadas por los diversos habitantes de las ciudades de Rahab (posiblemente Egipto), Babilonia, Filistea, Tiro y Etiopia, que han conocido a Dios (v.4), y que, a su vez, han sido reconocidos por Dios (v.4), y que han iniciado una nueva relación con Él; la cual es descrita en estos versos como “la obtención de una nueva ciudadanía mediante un nuevo nacimiento” (“este nació allí”). Con todo ello, el salmista destaca a Jerusalén, la ciudad de Dios, como la ciudad/cuna de aquellos que entran en una nueva relación con Dios.
III. El regocijo de los ciudadanos de Jerusalén
7Y cantores y tañedores en ella dirán:
Todas mis fuentes están en ti.
Finalmente, el autor del salmo 87 cierra su cántico enfatizando el gozo que es posible observar en los nuevos y antiguos ciudadanos de Jerusalén, y un gozo tal que los lleva a reconocer que es en aquella ciudad donde Dios habita, el lugar donde se hallan las fuentes y el origen de todas las bendiciones, porque allí está la presencia de Dios.
Salmo 87: Dios, anhelamos llegar a tu presencia.

APLICACIÓN DEL SALMO
Ahora bien, ¿Cómo podemos aplicar el tema del salmo 87 a nuestras vidas?
En primer lugar, el salmo 87 nos recuerda que nosotros, los creyentes, también somos perseguirnos en este mundo, y que un día estaremos en presencia de Dios en los cielos. Hermanos, los que estamos en Cristo tenemos la promesa de la presencia continua de Dios con nosotros (Jn. 14:23; Mt. 28:20; Ef. 1:13-14), y también tenemos la promesa de que un día nosotros estaremos delante de la presencia de Dios para siempre (Jn.14:2). Y en este sentido, nuestra estadía en la tierra es como la de un extranjero y peregrino que espera el día cuando llegará a su hogar definitivo, que es estar en la presencia de Dios en los cuilos. Pablo dijo en Filipenses 3:20 lo siguiente: “20Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”. Y un día, cuando el Señor nos llame a su presencia, estaremos para siempre con Él (1 Ts. 4:17).
En segundo lugar, el salmo 87 nos anima a agradecer que, al estar en Cristo, podemos adorar a Dios en cualquier lugar sobre la tierra. Hermanos, como bien hemos aprendido antes, en la ciudad de Jerusalén actual no hay Templo ni está la presencia de Dios morando de forma física en un tabernáculo. Por tanto, este salmo no es un invitación a viajar a Israel, o preparar un viaje tipo de peregrinaje para experimentar el mismo entusiasmo que vivieron los Israelitas del Antiguo Testamento, porque, a la verdad, en el monte de Sion ya no está la presencia de Dios de manera física. Sin embargo, como bien explicó Jesús a la mujer samaritana (Juan 4), tenía que suceder que adorar a Dios en un monte ya no fuese necesario, porque con la obra del Espíritu y Cristo en el creyente, la verdadera adoración que ahora Dios desea de los hombres es la que se ofrece en espíritu y en verdad, por medio de Jesucristo. ¡Y qué bendición! Ya no hace falta viajar a un punto específico de la tierra para buscar la presencia de Dios, porque en Cristo, tenemos la presencia de Dios que está morando en nosotros todos los días, y todos los días podemos ofrecer a Él nuestra vida en adoración, sin importar el lugar que nos encontremos.
Y, finalmente, el salmo 87 nos anima a mirar al futuro cuando Jesucristo establezca su reino eterno. Y, de hecho, escucharemos un eco del salmo 87 en la revelación de Jesucristo en Apocalipsis 21, porque el mismo entusiasmo, gozo, bendiciones, y la misma multitud internacional de gente que conoce a Dios, se verá reunida en la nueva Jerusalén, la ciudad que Jesucristo establecerá sobre el nuevo cielo y la nueva tierra que él creará después de haber juzgado al presente mundo.
Dice Apocalipsis 21:1-7: “1Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. 2Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. 3Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. 4Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. 5Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. 6Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. 7El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”.
Y, un poco más adelante dice: “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).