Orando los Salmos: Habacuc 3

Dios, me gozaré en tu soberanía y justicia a pesar de las circunstancias

Encontramos en la profecía de Habacuc un salmo hermoso de lamento, junto con el contexto en que Habacuc compuso el salmo. Dentro del libro de los Salmos, tenemos muy poca información sobre el contexto del salmo. A veces hay un título que nos da la situación del autor cuando lo compuso, pero los títulos son cortos. En el libro de Habacuc, tenemos dos capítulos (1–2) que nos explican el trasfondo en que Habacuc escribió su salmo (3).

Habacuc 3 es un salmo de lamento individual, y como todos los lamentos, comienza con un clamor, pidiendo que Dios se acuerde de la misericordia con Israel después de su castigo (3:2). Como los otros lamentos, el salmo pasa por el proceso hasta que se concluye en una declaración de confianza en Dios, la cual encontramos en los últimos versículos (3:17–19). Dentro de la destrucción a la que enfrentaba a la nación de Israel, Dios obraba en el corazón de Habacuc para tener esa fe y confianza en la soberanía y la justicia de Dios.

Es posible que no reconozcamos que el capítulo 3 es un salmo a primera vista. El primer versículo es el título, que dice, “Oración del profeta Habacuc, sobre Sigionot” (3:1). El término Sigionot puede referirse a un tono musical para el salmo o la forma de un cántico de lamento (cp. el mismo término, pero en forma singular, en el título del Salmo 7). El último versículo del capítulo nos da esta información, “Al jefe de los cantores, sobre mis instrumentos de cuerdas” (3:19). Estas instrucciones nos dan a entender que Habacuc había compuesto un salmo para cantar en alabanza a Dios, expresando confianza y fe en la soberanía y justicia de Dios.

El contexto del salmo (1:1–2:20)

En estos dos capítulos, el profeta Habacuc, nos relata un diálogo que tenía con Dios respecto al juicio de la nación de Judá. Habacuc era un contemporáneo de Jeremías, profetizando a la nación de Judá en los últimos 20 o 30 años antes de la derrota de Jerusalén en 586 aC. Mientras veía a su alrededor en medio de la nación, hubo violencia, iniquidad, desobediencia a la ley e injusticia por todos lados entre el pueblo de Dios (1:1–4). Habacuc quiso ver la maldad castigada y la justicia establecida de nuevo, tal vez a través de un rey justo como David.

Pero Dios respondió con algo chocante: sí iba a castigar la maldad de su pueblo Judá, pero no en la manera que Habacuc esperaba. Dios usaría a los caldeos, o a los babilonios, para llevar a cabo su voluntad y castigar a su pueblo (1:5–11).

Habacuc no lo podía creer: Dios es completamente justo, ¿cómo puede castigar a su pueblo con otra nación que no le adora ni le da gloria? (1:12–2:1). Si los babilonios derrotan a Judá, después alabarán a sus ídolos, como un pescador que atrapa peces en su red, y después adora a su red. ¿Cómo el Dios justo permite que pase esto?

Dios le respondió una vez más que este castigo llegará, y aunque no aparecerá instantáneamente, sí o sí vendrá (2:2–3). El impío supone que escapará del juicio de Dios, pero la justicia de Dios no se detiene hasta que toda deuda se pague. Es puro orgullo suponer que Dios pasará por alto el pecado, pero el justo sobrevivirá por su fe, la confianza que tiene que Dios hará juicio (2:4–5). Es solamente por nuestra fe en la soberanía y la justicia de Dios que uno puede soportar las injusticias de este mundo.

Mientras los justos siguen confiando en la soberanía y la justicia de Dios, los injustos sufren cinco “ayes” (2:9–19). Con estas condenaciones, Dios muestra a Habacuc que sí permanece justo y ciertamente juzgará a todos los injustos, sean judíos o babilonios. El primer, tercer y quinto “ay” condenan a los impíos por no amar Dios sobre todo. El segundo y cuarto los condenan por no amar a sus prójimos como a sí mismos.

  1. Ay del que no reconozca que Dios es la fuente de toda bendición (2:6–8; cp. Romanos 1:21–28)
  2. Ay del que abuse de otros (2:9–11)
  3. Ay del que viva sin pensar en la gloria de Dios (2:12–14; cp. Romanos 3:23)
  4. Ay del que se aproveche de los demás (2:15–17)
  5. Ay del que adore un ídolo que él mismo fabricó (2:18–19; cp. Romanos 1:22–23)

En contraste con los ídolos mudos, Jehová el Dios verdadero de toda la tierra hace que todos se callen delante de él (2:20). Con todo respeto, Habacuc responde con una oración, un salmo de lamento (3:1).

Dios, ten compasión de nosotros, aunque merecemos tu castigo (3:2)

2 Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí.
Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos,
En medio de los tiempos hazla conocer;
En la ira acuérdate de la misericordia.

La petición del lamento de Habacuc es así: entiende que es necesario que venga el castigo de Dios sobre Judá, y también acepta de que Dios usará a los babilonios para castigar a su pueblo. Pero después de la destrucción de Judá, Habacuc pide que Dios vuelva a bendecir a su pueblo, que de nuevo Jehová sea alabado como el Dios de Israel, que la ira de Dios que su pueblo merece no permanezca siempre.

Dios juzgará a las naciones por su maldad (vv. 3–7)

La primera parte de la petición para la restauración de Judá tiene que ver con el juicio de las naciones, en especial, los babilonios. Habacuc está confiado en que Dios es justo y juzgará a las naciones por su maldad.

3 Dios vendrá de Temán,
Y el Santo desde el monte de Parán. Selah
Su gloria cubrió los cielos,
Y la tierra se llenó de su alabanza.
4 Y el resplandor fue como la luz;
Rayos brillantes salían de su mano,
Y allí estaba escondido su poder.
5 Delante de su rostro iba mortandad,
Y a sus pies salían carbones encendidos.
6 Se levantó, y midió la tierra;
Miró, e hizo temblar las gentes;
Los montes antiguos fueron desmenuzados,
Los collados antiguos se humillaron.
Sus caminos son eternos.
7 He visto las tiendas de Cusán en aflicción;
Las tiendas de la tierra de Madián temblaron.

Los lugares que menciona Habacuc están al este de la tierra de Judá, en la dirección de Babilonia, y hablan de la derrota eventual de Babilonia por la mano de Dios. Habacuc está confiado en la justicia venidera de Dios contra los impíos.

Dios ha tenido compasión de su pueblo en el pasado (3:8–15)

La confianza de Habacuc en la justicia de Dios se puede comprobar a lo largo de la historia de Israel. ¿Cuántas veces Dios rescató a su pueblo? ¿Cuántos enemigos de Israel Jehová ha destruido? ¿Cómo brilló el poder y la gloria de Dios al vencer a sus enemigos en la historia de su pacto con los descendientes de Abraham, de Isaac y de Jacob?

8 ¿Te airaste, oh Jehová, contra los ríos?
¿Contra los ríos te airaste?
¿Fue tu ira contra el mar
Cuando montaste en tus caballos,
Y en tus carros de victoria?
9 Se descubrió enteramente tu arco;
Los juramentos a las tribus fueron palabra segura. Selah
Hendiste la tierra con ríos.
10 Te vieron y tuvieron temor los montes;
Pasó la inundación de las aguas;
El abismo dio su voz,
A lo alto alzó sus manos.
11 El sol y la luna se pararon en su lugar;
A la luz de tus saetas anduvieron,
Y al resplandor de tu fulgente lanza.
12 Con ira hollaste la tierra,
Con furor trillaste las naciones.
13 Saliste para socorrer a tu pueblo,
Para socorrer a tu ungido.
Traspasaste la cabeza de la casa del impío,
Descubriendo el cimiento hasta la roca. Selah
14 Horadaste con sus propios dardos las cabezas de sus guerreros,
Que como tempestad acometieron para dispersarme,
Cuyo regocijo era como para devorar al pobre encubiertamente.
15 Caminaste en el mar con tus caballos,
Sobre la mole de las grandes aguas.

Dios evidenció su poder sobre la naturaleza, batallando contra los enemigos de Israel en forma supernatural (3:8–12). Jehová vino a rescatar a su pueblo vez tras vez, respondiendo las súplicas de Israel y de su rey ungido (3:13–15).

Dios, me gozaré en tu soberanía y justicia a pesar de las circunstancias (3:16–19)

La conclusión de Habacuc es una declaración de confianza en la soberanía y la justicia de Dios. Admite que Dios es justo para juzgar a Judá y también que es soberano para usar a los babilonios.

16 Oí, y se conmovieron mis entrañas;
A la voz temblaron mis labios;
Pudrición entró en mis huesos, y dentro de mí me estremecí;
Si bien estaré quieto en el día de la angustia,
Cuando suba al pueblo el que lo invadirá con sus tropas.
17 Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;
18 Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
19 Jehová el Señor es mi fortaleza,
El cual hace mis pies como de ciervas,
Y en mis alturas me hace andar.

Al jefe de los cantores, sobre mis instrumentos de cuerdas.

Escuchar del juicio venidero de Judá no es nada agradable, pero Habacuc cobra fuerza en conocer a Dios y confiar en Él. Aunque los enemigos de Judá triunfen, aunque pasen días de terror e incertidumbre, Habacuc resuelve seguir confiando en Dios. Y no solamente esperar que pasen las dificultades, dice que se gozará en el Dios que le salvará. Aunque todos sus recursos desaparezcan y toda esperanza para el futuro se vaya, confía en Dios. En Dios estará confiado, como una cierva en las montañas.

Podemos resumir el salmo de Habacuc con esta oración sencilla, “Dios, me gozaré en tu soberanía y justicia a pesar de las circunstancias”.

¿Cómo podemos aplicar el tema principal de este salmo a nuestras vidas?

Hoy en día, no estamos frente la derrota total de nuestra ciudad ni de nuestras vidas por unos ejércitos, pero como creyentes viviendo en un mundo corrompido por el pecado, sí o sí pasaremos pruebas. Cuando vengan las dificultades, ¿cómo reaccionamos? ¿Nuestro conocimiento de Dios nos ayuda a ver la circunstancia más claramente? O ¿dejamos que la circunstancia dicte cómo vemos a Dios? Creo que podemos aprender tres lecciones del salmo de Habacuc para aplicar a nuestras vidas hoy en día.

Crecemos en nuestra confianza en Dios al recordar su bondad en el pasado.
Frente al desastre de los babilonios invasores, Habacuc se recordaba del poder de Dios en el pasado al rescatar a su pueblo (3:13–15). Nosotros también podemos y debemos recordarnos de la bondad de Dios en nuestras vidas, por sostener la vida y la salud cada día, por salvarnos del infierno, por hacernos miembros del Cuerpo de Cristo. Podemos hacer una lista larga de las bendiciones que Dios ha derramado en nuestras vidas, y volver a repasarlas con mucha frecuencia. Crecemos en nuestra confianza en Dios al recordar su bondad en el pasado.

Debemos aprender a vivir el proceso de los salmos de lamento en nuestras vidas.
Hemos visto vez tras vez que los salmos de lamento comienzan con una petición o clamor, pero finalizan con una declaración de fe y confianza en Dios. Debemos aprender que este proceso, aunque sea difícil, es una muy buena forma para enfrentar las dificultades. No hay nada malo en sentir el dolor, la pérdida, o aún la indignación cuando pasemos por una prueba. Debemos llevar estas peticiones a Dios en oración, siendo honestos con nosotros mismos y también con Dios quien conoce nuestros corazones. Pero no podemos quedarnos siempre en esta etapa del proceso del salmo de lamento, porque la meta es llegar a la declaración de confianza en Dios.

Cuando pasamos por una prueba, si permanecemos meditando en nuestro dolor, nunca saldremos de la prueba si seguimos pensando en nosotros mismos. Pero si meditamos intencionalmente en quién es Dios, dejando que nuestro conocimiento de Dios en las Escrituras moldee nuestra percepción de la prueba, podemos avanzar a declarar nuestra confianza en nuestro gran Dios.

Nuestra confianza en la soberanía y la justicia de Dios radica en la persona de Jesucristo.
Habacuc encontró su confianza en la bondad futura de Dios a través de los pactos que Dios había hecho con Abraham, con la nación de Israel y con los hijos de David (3:13). Como cristianos gentiles, no estamos incluidos en esas promesas, pero el ancla de nuestra confianza está en Jesús, el Ungido de Dios y nuestro Salvador. Pablo hace la pregunta, “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (Romanos 8:35). La respuesta queda bien clara: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38–39). Por eso, podemos orar con Habacuc en la hora de la prueba más profunda, “Dios, me gozaré en tu soberanía y justicia a pesar de las circunstancias”.

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