Orando los Salmos: Salmo 141

Dios, líbrame del pecado

El Salmo 141 es un salmo de lamento individual. Un lamento comienza con una petición y finaliza con una declaración de confianza en Dios. Este salmo es un clamor a Dios de David cuando estaba rodeado de los malvados. Como siempre, la poesía expresa verdades sencillas en un lenguaje hermoso.

Dios, escucha mi oración (vv. 1–2)

1 Jehová, a ti he clamado; apresúrate a mí;
Escucha mi voz cuando te invocare.
2 Suba mi oración delante de ti como el incienso,
El don de mis manos como la ofrenda de la tarde.

En la primera estrofa, David ora a Dios, y como santo del Antiguo Testamento, sus oraciones fueron acompañadas por el servicio del altar del tabernáculo. El humo que ascendía del altar de incienso representaba las oraciones de Israel subiendo a Dios (Apocalipsis 5:8; Levítico 16:13). Para acercarse a Dios, hay que hacer un sacrificio para abrir el camino, y Dios había revelado que este camino fuera por medio de los sacrificios diarios ofrecidos por los sacerdotes.

Dios, guárdame del pecado (vv. 3–4)

3 Pon guarda a mi boca, oh Jehová;
Guarda la puerta de mis labios.
4 No dejes que se incline mi corazón a cosa mala,
A hacer obras impías
Con los que hacen iniquidad;
Y no coma yo de sus deleites.

La segunda estrofa expone el contenido de la petición de David. Reconoció que, sin la ayuda de Dios, su inclinación al pecado le vencería. Por eso, pide a Dios que le guarde del pecado de sus palabras (v. 3) y sus hechos (v. 4). David estuvo rodeado por muchos malvados que cometían pecado como costumbre, pero no quería participar en su maldad.

Dios, haz justicia en la tierra (vv. 5–7)

5 Que el justo me castigue, será un favor,
Y que me reprenda será un excelente bálsamo
Que no me herirá la cabeza;
Pero mi oración será continuamente contra las maldades de aquellos.
6 Serán despeñados sus jueces,
Y oirán mis palabras, que son verdaderas.
7 Como quien hiende y rompe la tierra,
Son esparcidos nuestros huesos a la boca del Seol.

David no quiere participar en el pecado de los impíos porque entendía bien que Dios es justo y castigará a los que pecan en contra de Él. Dios es el único juez completamente justo (v. 5). Los jueces de este mundo muchas veces son injustos (v. 6), pero serán castigados por Dios (v. 7).

Dios, protégeme de los malvados (vv. 8–10)

8 Por tanto, a ti, oh Jehová, Señor, miran mis ojos;
En ti he confiado; no desampares mi alma.
9 Guárdame de los lazos que me han tendido,
Y de las trampas de los que hacen iniquidad.
10 Caigan los impíos a una en sus redes,
Mientras yo pasaré adelante.

La última estrofa declara la confianza que David tenía en Dios. Su anhelo por la justicia solo se satisfará por Dios (v. 8), por eso, sus ojos le esperan. Los malvados quieren involucrar a David en sus planes, y solo por el poder de Dios se salvará (v. 9). David quiere evitar sus trampas y que los malos caigan en sus propias redes (v. 10).

Podemos resumir el Salmo 141 con esta oración sencilla, “Dios, líbrame del pecado”.

¿Cómo podemos aplicar el tema principal de este salmo a nuestras vidas?

Podemos destacar el libre acceso que tenemos a Dios en la oración por Jesucristo. Distinto a nosotros, David pedía a Dios que escuchara su oración (v. 1). Su oración fue acompañada por el sacrificio que Dios mandó (v. 2). Nosotros que estamos en Jesucristo no tenemos que pedir que Dios nos escuche, porque tenemos toda la confianza de un hijo con su papito. Tampoco tenemos que llevar un sacrificio para abrir el camino a Dios, porque Jesús se ofreció a sí mismo una vez para siempre (Hebreos 10:12). Debemos regocijarnos en la libertad que tenemos para entrar en la presencia de Dios en la oración, y es solamente en el nombre de Jesús que podemos acercarnos a Dios.

“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe…” (Hebreos 10:19–22).

En segundo lugar, debemos reconocer con David que la fuente del pecado es nuestro propio corazón. David pedía que Dios le guardase del pecado (vv. 3–4), pero ese pecado no le atacaría desde afuera, sino saldría de su propia boca y corazón, el producto de sus propios deseos. Jesús explicó a sus discípulos, “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19). Debemos pedir que Dios nos guarde del pecado que mora en nosotros.

Finalmente, debemos recordarnos una vez más que la verdadera justicia solamente vendrá con el Rey Jesús. Como dijo David, la verdadera justicia es un favor, una muestra de amor (v. 5). No vemos esa justicia hoy en día en la tierra, así como Jesús nos dijo, “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Juan nos recuerda, “Sabemos que somos hijos de Dios y que el mundo entero está bajo el control del maligno” (1ª Juan 5:19 nvi). El apóstol Pedro dijo, “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1ª Pedro 4:12–13). La única esperanza de ser libres de la presencia y los efectos del pecado es la venida del Señor Jesús, el Príncipe de Paz y el Rey de Justicia. Por eso, debemos orar, “Ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).

Podemos orar con David el Salmo 141, “Dios, líbrame del pecado”.

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