En la primera sección de la epístola a los Romanos (1:1–4:25), Pablo expone las buenas noticias del evangelio. En primer lugar, toda la gente, judíos y gentiles por igual, están bajo la condenación de Dios por su pecado, pero todos pueden ser justificados por la fe en Cristo Jesús. La base de esta justificación es la redención de Jesucristo, su sacrificio propiciatorio en la cruz. La única manera para ser justo delante de Dios es por medio de la fe en Jesús y, ya que esta justificación es por la fe y no por la ley, está disponible para gentiles y judíos. La justificación es por la fe en Jesús, no por las obras, destacando la gracia de Dios.

En la segunda sección de la epístola (5:1–8:39), Pablo expone las bendiciones para los que creen en Jesús. El capítulo 5 habla de la bendición de tener paz con Dios por medio de Jesucristo.
Antes éramos enemigos de Dios, pero ahora, en Cristo, somos hijos amados (5:1–11)
Los que son justificados por la fe en Jesús tienen paz con Dios (5:1) en vez de la hostilidad de ser pecadores bajo la ira justa de Dios (cp. 1:32). Ahora tienen entrada por la fe a la gracia de Dios y una esperanza de la glorificación futura (5:2).
Pero ¿qué de las dificultades que nos pasan? Nos podemos gloriar en las tribulaciones, porque son manifestaciones de la obra de Dios en nuestras vidas (5:3). Las pruebas nos ayudan a crecer en perseverancia, la cual desarrolla una entereza de carácter (5:4). El mismo crecimiento aumenta nuestra esperanza, por que vemos las evidencias de la obra del Espíritu Santo (5:5). Al saber que Dios sigue obrando en nuestras vidas comprueba de que Dios nos ama y nos amará por siempre.

El amor de Dios hacia nosotros en Cristo se demostró en que Dios nos amó cuando éramos sus enemigos (5:6). Es posible que alguien esté dispuesto a entregar su vida por un amigo o por alguien importante (5:7), pero el amor de Dios se manifestó en que envió a su Hijo a morir por pecadores (5:8). Por eso, estamos justificados por medio de la muerte de Jesús en nuestro lugar y ahora no estamos bajo la ira de Dios (5:9). Ya que Dios nos amó cuando éramos sus enemigos, tenemos confianza que nos amará en Jesucristo como sus hijos por siempre (5:10). Esta paz que tenemos con Dios es por medio de Jesucristo, por eso, nos gloriamos en Él (5:11).



Fuimos constituidos pecadores en Adán, pero ahora, en Cristo, somos declarados justos delante de Dios (5:12–21)
Ahora Pablo explica nuestra relación con Adán como seres humanos y nuestra relación con Jesucristo como los justificados. Adán, el primer hombre, pecó como el representante de toda la raza humana, y por eso, todos nacimos pecadores y vivimos pecando (5:12). La ley de Dios no creó el pecado, sino plasmó el pecado y concretó el castigo (5:13). Podemos ver la tiranía del pecado a lo largo de la historia, sobre todo, por el hecho de que todos los hombres, desde Adán hasta Moisés, murieron como consecuencia de su pecado (5:14).
En contraste con Adán y su pecado que trajo la muerte sobre todo los hombres, Jesucristo llevó la gracia del perdón de pecados (5:15). En el caso de Adán, su pecado resultó en el pecado de muchos otros, pero la gracia de la justicia de Dios logró el perdón de muchos (5:16–17).
Como el pecado de Adán condenó a todos los seres humanos, la justicia de Jesucristo hizo posible la justificación de todos para vida eterna (5:18). Fuimos constituidos pecadores en Adán, pero somos declarados justos en Cristo (5:19). Bajo la ley el pecado floreció, pero la gracia de Dios sobreabundó más aun (5:20), para que, en vez de la esclavitud del pecado, los que creen en Jesús reciban la gracia y la vida eterna (5:21).


Los que creen en Jesús tienen paz con Dios.

