Pedro escribe esta carta pastoral para animar a los hermanos en las regiones de Asia Menor, quienes sufrían persecución. Pretende ayudarles a responder la duda, ¿Cómo viven los cristianos cuando se prueba su fe? Son tres conceptos fundamentales que se entrelazan en el libro: santidad, sumisión y sufrimiento. Estas ideas forman las tres secciones mayores del libro.

Suframos como cristianos, incluso al hacer el bien (3:8–22)
Que el sufrimiento no impida el amor (3:8–12)
A pesar de la persecución, nosotros los cristianos debemos vivir en amor fraternal dentro de la familia de la fe (3:8). Más allá, debemos vivir en amor hacia los que nos persiguen fuera de la iglesia (3:9), obedeciendo las palabras de Jesús mismo: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian» (Lucas 6:28). Pedro concluye esta exhortación con una citación extendida del salmo 34, animándonos a confiar en la soberanía y la justicia de Dios para recompensar y juzgar (3:10–12; Salmo 34:12–16).


Que el sufrimiento no impida la obediencia (3:13–22)
La segunda sección es un poco difícil interpretar, pero podemos trazar la idea central de Pedro y dos digresiones. A pesar de las persecuciones, nosotros los cristianos debemos seguir obedeciendo a Dios, haciendo el bien. En primer lugar, Pedro nos recuerda de que si tenemos que sufrir al obedecer, seremos bendecidos (3:13–14a), reflejando una vez más las palabras de Jesús. «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan» (Mateo 5:11). En segundo lugar, si tenemos la oportunidad de hablar del evangelio, lo hagamos sin temor y con respeto (3:14b–16). Es probable que el mundo, viéndonos sufrir pero a la vez, obedecer a Dios, tenga dudas y preguntas. Podemos responderlas, predicando el evangelio, siempre con gentileza y respeto.


En tercer lugar, si la voluntad de Dios es que suframos injustamente por obedecerle, sabemos que Él nos vindicará (3:17–22). Como Pedro lo ha hecho varias veces, pone el ejemplo de Jesucristo para que lo sigamos. Jesús también sufrió (3:18), obedeciendo la voluntad del Padre, y Dios lo resucitó y lo elevó a su diestra, sobre toda autoridad y potestad (3:22). Por eso, no debemos tener miedo al sufrir por obedecer a Dios ni dejar de obedecer a Dios al sufrir.
En este párrafo, Pedro toma dos digresiones. La primera demuestra la vindicación de Jesús cuando fue y predicó su victoria a los ángeles encarcelados (3:19; cp. 2ª Pedro 2:4; Judas 6; Génesis 6:2). Esta le llevó a la otra digresión, porque en ese tiempo, Dios salvó a Noé y su familia en el arca por el agua del diluvio (3:20). Esto le recuerda a Pedro del hecho de que Dios también nos salvó por la resurrección de Jesús, representado cuando salimos del agua del bautismo (3:21)



