Romanos 1:8–15
Pablo quería visitar la iglesia en Roma rumbo a España para predicar el evangelio. Aunque nunca había visitado la iglesia en Roma, había escuchado el testimonio de lo que Dios había obrado en ellos por medio del evangelio. Pablo quería que la iglesia le apoyara a llegar a España, por eso, el libro de Romanos es una explicación de su ministerio a los gentiles.
Primeramente, Pablo daba gracias a Dios por la fe de los romanos. Su conversión y el cambio que Dios había hecho en sus vidas fue bien conocida por todo el mundo (v. 8). Por eso, Pablo les dio a conocer que él oraba fielmente por ellos, haciendo mención de ellos en sus oraciones (v. 9). ¿Cuál fue el motivo de la oración de Pablo por los romanos? En primer lugar, le pedía a Dios que pudiese llegar a Roma para conocer a los romanos. En el pasado, no pudo llegar a Roma aunque intentaba varias veces (v. 10). ¿Para qué quería Pablo llegar a Roma? Pablo no deseaba conocer la ciudad y sus lugares turísticos, quería compartir con los hermanos en Cristo que se congregaban allá. Quería pasar tiempo con ellos cara a cara, y quería compartir “algún don espiritual” con ellos. Este don es distinto al concepto que tenemos de los dones espirituales, una “habilidad espiritualizada”. Para Pablo, quería ser usado por el Espíritu de Dios para confirmar a sus hermanos en Cristo, para establecer su fe, para fortalecer su ánimo en lo que creían (v. 11). Este “don espiritual” resultaría que Pablo junto con los romanos fuesen animados mutuamente en su fe común. Quería recordar a los romanos de la gracia de Dios hacia ellos como gentiles en el evangelio, pero también quería que los romanos le recordaran a él del evangelio (v. 12). ¿Cuál es nuestra fe común? Es el evangelio de Jesucristo, el mismo que Pablo había predicado a gentiles por todo el mundo, el evangelio que es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, judíos y gentiles (1:16). Por eso, Pablo quería visitar a los hermanos romanos, para servir a la iglesia, para ministrar un don espiritual (v. 13). No había ninguna persona que se quedara fuera de la necesidad del evangelio. No hay mayor necesidad para un inconverso que el evangelio. No hay ningún hermano que no pueda beneficiar por el evangelio. En cada momento, el evangelio es apto para todos. Para los inconversos, el evangelio es el poder de Dios para la salvación. Para los creyentes, el evangelio es nuestra fuente de ánimo y consuelo (v. 14). Por eso, Pablo estaba ansioso a compartir con los hermanos romanos. Quería contar cómo Dios había demostrado su gracia entre los gentiles en Macedonia y con los judíos en Judea. Quería compartir cómo los hermanos judíos llegaron a entender que la gracia de Dios en el evangelio extendiera hasta los gentiles. Quería explicar cómo los hermanos gentiles recogieron una ofrenda para sus hermanos judíos a quienes nunca habían conocido. Quería escuchar cómo Dios obraba en las vidas y corazones de los romanos. Quería conocer a hermanos que antes odiaban a Dios y el evangelio, pero en ese momento amaban a Dios y a los hijos de Dios. Quería ver con sus propios ojos la iglesia congregada, las almas que Dios había escogido y por las cuales Jesús murió (v. 15).
Nosotros también debemos orar que Dios nos ayude a animarnos unos a otros en el evangelio.

¿Cómo podemos animarnos unos a otros en el evangelio?
- Congregarnos los días del Señor. Hay un tremendo ánimo para los hijos de Dios cuando veamos a nuestros hermanos llegando para reunirse en el nombre de Jesús los domingos. Tu asistencia es un ánimo en el evangelio.
- Participar en el culto de la iglesia.
- Escuchar la prédica y conversar sobre lo que aprendimos después.
- Orar que Dios siga obrando en las vidas de los hermanos.
- Agradecer a Dios por lo que hace en nuestras vidas en el evangelio.
- Hablar del evangelio a nuestros conocidos inconversos.