Orando los Salmos: Salmo 2

El segundo salmo es una afirmación de confianza en las promesas de Dios a su rey ungido, el hijo de David.

Este salmo es un salmo real, hablando del reinado teocrático de la nación de Israel. A veces estos salmos se llaman mesiánicos, porque tratan con el rey ungido de Dios, o sea en hebreo, el mesías. La fuente de este énfasis en la dinastía davídica y su reino mundial surge del pacto que Dios hizo con David en 2º Samuel 7:12–16. Dios le había prometido a David que sus hijos reinarían para siempre en un reino universal, y este salmo se basa en esa misma promesa.

Cuando los salmos reales hablan del rey de Israel, a veces se refieren a él como “David” (representando al rey David y sus descendientes los reyes de Judá), otras veces como “el rey” y otras veces como “el ungido” (o mesías). En el segundo salmo, David escribe refiriéndose a sí mismo como el rey ungido de Dios. Con la ventaja de la revelación progresiva, podemos mirar hacia atrás y ver que la promesa del reino eterno y universal solamente se realizará en el reinado del Hijo supremo de David, Jesucristo.

Es importante que entendamos bien la situación o la ocasión del salmo. En este salmo, el rey David reflexiona sobre un levantamiento rebelde de algunas naciones vecinas que Israel había conquistado. Amenazado por la rebelión de sus enemigos, David se consuela en la fidelidad de Dios con las promesas que ha hecho. Dios le había prometido a David un reino eterno y universal, y aunque la situación parece complicada desde la perspectiva humana, David afirma su confianza en las promesas de Dios.

Lo que dicen los enemigos del ungido de Dios (vv. 1–3)

¿Qué dicen los enemigos del rey que Dios ha ungido, el rey a quien Jehová eligió? Están en rebelión contra el rey, diciendo “No queremos que Dios ni su rey reine sobre nosotros” (vv. 1–3). Las naciones de los gentiles muy a menudo están de acuerdo, pero se juntan en su rebelión contra Dios y su rey ungido. No quieren someterse ni a Dios ni a su rey. Quieren ser sueltos de su soberanía.

Debemos notar que esta rebelión está “contra Jehová y contra su ungido.” Al rechazar al rey ungido de Dios, se ha rebelado contra Dios mismo. El rey David fue el mediador del reinado de Dios en la tierra porque Dios lo eligió y lo ungió. Al fin y al cabo, los enemigos del rey David eran los enemigos de Dios.

Lo que dice Dios a los enemigos del rey (vv. 4–6)

Y ¿cómo responde Dios a esta rebelión? Vemos que Dios no se amenaza por las rebeliones impotentes de los hombres. De hecho, se burla de la ineptitud de los rebeldes (v. 4). No obstante, no pasa por alto sus rebeliones. Dios se enoja con su rebelión (v. 5). Los enemigos del rey ungido por Dios se encuentran bajo la ira de Dios, porque no solamente se han rebelado en contra del rey ungido, están en oposición a Dios mismo.

Ahora escuchamos la respuesta de Dios frente esta rebelión. El anuncia para que todos se queden bien claro, “Yo he puesto mi rey sobre Sion” (o sea Jerusalén). Dios se compromete con su rey ungido (v. 6). Rebelarse contra el rey ungido por Dios es resistir a Dios mismo.

Por eso, aunque las naciones están en rebelión contra David, el rey ungido por Dios, David se consuela a sí mismo recordando que Dios está en control soberano de la situación. David entrega la situación a Dios, el mismo que le ungió a David, que le puso rey en Jerusalén. Hay un Soberano sobre todo, y Él está al lado de su rey ungido.

Lo que dice David a sus enemigos (vv. 7–12)

¿Cómo responde el rey David frente esta rebelión? Las naciones están en rebelión contra el rey David, pero Dios no se amenaza con los rebeldes. Ahora escuchamos lo que dice David, y debemos notar que la confianza de David está en la Palabra de Dios.

David dice al mundo, “Estoy descansando en lo que Dios me ha dicho.” A pesar de las circunstancias, la confianza de David radica en las promesas de Dios. David cita el pacto que Jehová hizo con él en 2º Samuel 7. En ese pacto, Dios había prometido establecer y guiar la dinastía de los reyes hijos de David (vv. 7, 9).

Cuando declara Jehová que David es su hijo, está expresando su protección y cuidado de él. En esta relación, Dios está al lado de su rey, protegiéndole y guiándole. Las naciones que quieren ser los enemigos de David también se convierten en los enemigos de Dios, porque Dios defendería a su hijo el rey como un padre a su hijo amado. De hecho, Dios promete que David quebrantará a sus enemigos con vara de hierro, la cual significa un gobierno irresistible. A través del poder de Dios, David podrá destruir a sus enemigos como una vasija que se explota cuando se caiga en el piso. Como Padre, Dios promete a David la protección y el establecimiento de su reino.

También como Padre, Dios promete a David una herencia. El hijo de rey hereda el reino de su padre, y Dios promete darle a David su reino—todas las naciones y toda la tierra. ¡Escuchen bien esta promesa! Dios prometió a David y a sus descendientes que reinarían sobre todo el mundo (v. 8). Por eso, David tiene toda confianza que la rebelión de sus enemigos no tendrá éxito porque Dios le ha prometido su protección y una herencia de todo el mundo.

Ahora David dirige algunas palabras a sus enemigos, a los que quieren rebelarse en contra del ungido de Dios. Con plena confianza en la soberanía y las promesas de Dios, David dice que las naciones se sometan al rey ungido de Dios (vv. 10–12).

Los enemigos de Dios y del rey que ha ungido, David (y sus hijos después de él), deben ser sabios y prudentes. Deben reconocer la soberanía de Dios (v. 11) y deben darse cuenta que su rebelión contra David es en realidad rebelión contra Dios mismo. Deben servir y temer a Jehová, el Dios Todopoderoso.

No solo deben reconocer a Dios, sino que deben honrar a su hijo, su rey, su ungido (v. 12). ¿Quién es el hijo de Dios en este versículo? Miren el versículo 7: “Jehová me ha dicho: mi hijo eres tú.” Rechazar al rey ungido de Dios es desafiar a Dios mismo. Si los enemigos siguen en su rebelión, sufrirán la ira del rey, y perecerán, pero si los enemigos del rey se humillan ante Dios, si reconocen que Él ha ungido a su Rey y si se someten a este rey, encontrarán seguridad y bendición confiando en el rey. Por eso, debemos concluir que temer a Dios es someterse a su rey ungido.

Lo que decimos nosotros

Ahora, ¿cómo podemos aplicar este salmo a nuestras vidas hoy en día? Creo que podemos ver claramente que el rey ungido, el hijo de David, el Mesías, Jesucristo tiene todo el derecho de reinar sobre todas las naciones. Y no nos confundamos, viene el día en que Jesucristo volverá a la tierra y reinará desde Jerusalén sobre todo el mundo, cumpliendo las promesas que Dios hizo con David. Los que quieren rebelarse contra la autoridad de Jesucristo encontrarán que su ira destruirá a todos sus enemigos. 2ª Tesalonicenses 1:7–9 habla del momento “cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.”

Los que no están confiando en el Hijo de Dios deben entender bien: ser el enemigo del Hijo de Dios será sufrir su ira justa.

Al mismo tiempo, los que confían en el Hijo recibirán su bendición. Pablo sigue hablando de Jesucristo en 2ª Tesalonicenses 1:10 del momento “cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron.” Para los enemigos de Dios y su Hijo, la venida de Jesucristo será un tiempo de juicio, pero para los que creen en el Hijo, será un momento de bendición y gloria. Por eso, debemos entender claramente que es necesario que honremos al Hijo y confiemos en Él.

Para nosotros que estamos confiando en el Hijo de Dios, el Rey ungido, el Cristo, podemos mirar con David al mundo alrededor, viendo las amenazas, las pruebas, las maldades, y podemos anunciar con tranquilidad, “Tengo plena confianza en las promesas de Dios en su Palabra.”

¿Cómo podemos aplicar el tema principal de este salmo en nuestras vidas?

  1. Este salmo nos dice claramente que rechazar al Mesías—el Cristo—es rebelarnos en contra de Dios mismo, y esa rebelión merece la ira de Dios. El apóstol Juan lo dijo así, “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre” (1ª Juan 2:23). No hay salvación, no hay vida, no hay esperanza fuera de la fe en Jesucristo. Si tú eres el enemigo de Dios, honra al Hijo y confía en Él.
  2. David respondió la situación amenazante con fe y confianza en las promesas de Dios. ¿Cómo respondemos cuando nos enfrente una dificultad, una prueba o un desafío? ¿Estamos tentados a dar la espalda a la Palabra de Dios y tomar decisiones según nuestra propia prudencia? Nosotros también debemos responder confiando en la Palabra de Dios.
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