Dios, tú eres el Juez de tu pueblo Israel
El Salmo 50 es un salmo real, y en específico, un salmo de la renovación del pacto. Este salmo se agrupa con los salmos reales porque el rey de Israel fue el encargado de presidir esta ceremonia. Bien recordamos que el pacto que Dios hizo con la nación de Israel en el monte Sinaí constituyó a Israel como nación. Este pueblo se unió con una genealogía común (hijos de Abraham, Isaac y Jacob), bajo un Dios (Jehová), y ligado por una ley, la ley dada por Dios a través de Moisés. También recordamos que ese pacto fue condicional, y contó con deberes y obligaciones para los israelitas, y a la vez, Dios prometía proteger y bendecir a la nación. Este pacto fue vigente desde el monte Sinaí hasta el momento en que Jesús inauguró el nuevo pacto con su muerte (Mateo 26:28).
Renovación del pacto
El levita Asaf compuso este salmo para la ceremonia de la renovación del pacto. ¿Qué implica tal ceremonia?
En Deuteronomio 27:2–8, Moisés mandó que el pueblo de Israel renovara el pacto en el monte Ebal después de cruzar el río Jordán. En esta ceremonia, Josué escribió una copia de la ley y la leyó al pueblo en voz alta. Después, la congregación de Israel se dividió en dos grupos y recitó las bendiciones y las maldiciones desde los dos montes de Ebal y Gerizim (Josué 8:30–35). Treinta años después, al final de su vida, Josué convocó la congregación de Israel de nuevo en Siquem para escuchar la ley junto con sus bendiciones y maldiciones y para afirmar una vez más el pacto que Jehová había hecho con ellos (Josué 23–24).
Fue la expectativa que cada generación de israelita celebrase esta ceremonia de la renovación del pacto, y que todo líder nuevo de la teocracia sea juez, profeta o rey, convocara a toda la congregación y leyera la ley de Moisés de su propia copia que él había escrito por sí mismo (cp. Deuteronomio 17:18). Después de escuchar la ley y la historia de la nación, el pueblo repasaría las bendiciones y maldiciones que conlleva, y afirmaría que fueran testigos de sus deberes delante de Dios.
Leemos la historia de una ceremonia de la renovación del pacto en los años del rey Ezequías. En el primer año de su reinado, reparó el templo y reunió a los sacerdotes y levitas (2º Crónicas 29). Luego Ezequías convocó a todo el pueblo y celebró la pascua, recordando la historia de la salvación de Jehová con sacrificios y gran gozo (2º Crónicas 30). Así hizo también el rey Josías, leyendo la ley al pueblo para que pudiera afirmar el pacto (2º Reyes 23:1–3).
Después del cautiverio babilónico, Nehemías y Esdras convocaron a todos los israelitas que habían regresado a la tierra prometida para leer la ley (Nehemías 8:1–3), recordar la historia de Israel junto con las bendiciones y maldiciones del pacto (Nehemías 9:6–37) y afirmar de nuevo el pacto (Nehemías 9:38).
Recordando el monte Sinaí
El salmo 50 es un salmo escrito para cantar durante las ceremonias en que el pueblo de Israel estuviera convocado delante de Dios para afirmar una vez más su pacto y para recordar sus deberes hacia Él. El salmo se escribe en tres movimientos dentro de su trayecto y una conclusión que resume todo al final. La primera estrofa anuncia la convocación de todo el universo delante de Dios en Jerusalén (vv. 1–6). En la segunda estrofa, Dios se dirige a su pueblo, los fieles de Israel (vv. 7–15). En la tercera, Dios advierte a los malvados de Israel, los que no han sido fieles con su pacto (vv. 16–21). El resumen y conclusión se encuentra en los versículos 22–23.
1 El Dios de dioses, Jehová, ha hablado, y convocado la tierra,
Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone.
2 De Sion, perfección de hermosura,
Dios ha resplandecido.
3 Vendrá nuestro Dios, y no callará;
Fuego consumirá delante de él,
Y tempestad poderosa le rodeará.
4 Convocará a los cielos de arriba,
Y a la tierra, para juzgar a su pueblo.
5 Juntadme mis santos,
Los que hicieron conmigo pacto con sacrificio.
6 Y los cielos declararán su justicia,
Porque Dios es el juez. Selah
Los primeros versículos preparan el escenario: todo el mundo se reúne para esperar la venida de Dios, el Juez de toda la tierra (v. 1). Dios llega a Jerusalén, la ciudad capital de su reino, resplandeciente en toda su hermosura perfecta (v. 2), pero no entra callado. Su entrada nos recuerda del monte Sinaí en Éxodo 19:18–19, “Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante”. Igual que con Sinaí, esta escena es terrible, con un fuego que devora todo lo que encuentra y una tormenta que ruge ferozmente (v. 3). Todo el universo es testigo de lo que sucede (v. 6): Dios juzga a su pueblo Israel (v. 4), sus santos, con quienes ha pactado (v. 5). Los versículos 7–15 nos da el contenido del discurso de Dios mismo.
7 Oye, pueblo mío, y hablaré;
Escucha, Israel, y testificaré contra ti:
Yo soy Dios, el Dios tuyo.
8 No te reprenderé por tus sacrificios,
Ni por tus holocaustos, que están continuamente delante de mí.
9 No tomaré de tu casa becerros,
Ni machos cabríos de tus apriscos.
10 Porque mía es toda bestia del bosque,
Y los millares de animales en los collados.
11 Conozco a todas las aves de los montes,
Y todo lo que se mueve en los campos me pertenece.
12 Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti;
Porque mío es el mundo y su plenitud.
13 ¿He de comer yo carne de toros,
O de beber sangre de machos cabríos?
14 Sacrifica a Dios alabanza,
Y paga tus votos al Altísimo;
15 E invócame en el día de la angustia;
Te libraré, y tú me honrarás.
En primer lugar, Dios repasa lo más fundamental de su pacto con Israel: Él es su Dios y ellos son su pueblo (v. 7; cp. Éxodo 6:7; 29:45; Levítico 26:12). El pueblo sigue ofreciendo sacrificios cada mes, cada semana, cada día (v. 8), pero Dios no necesita de sacrificios (v. 9) porque es el Señor de todas las bestias del bosque, de todos los animales del collado (v. 10), de todas las aves de los montes (v. 11), de hecho, ¡todo lo que existe pertenece a Él! No es que Dios tenga hambre y necesite de sacrificios para alimentarse, porque es el Dueño de todo el mundo y su plenitud (vv. 12–13).
Entonces, ¿qué quería Dios de su pueblo Israel? Quería sacrificios del corazón, animales, sí, según la ley de Moisés, pero acompañados de su adoración y alabanza (v. 14). Dios quería la obediencia no solamente externa, sino del corazón, la obediencia que brota de una fe genuina. Para los que obedecen a Dios y cumplen su pacto, Dios les promete que les responderá y les bendecirá, como se había pactado con ellos (v. 15).
16 Pero al malo dijo Dios:
¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes,
Y que tomar mi pacto en tu boca?
17 Pues tú aborreces la corrección,
Y echas a tu espalda mis palabras.
18 Si veías al ladrón, tú corrías con él,
Y con los adúlteros era tu parte.
19 Tu boca metías en mal,
Y tu lengua componía engaño.
20 Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano;
Contra el hijo de tu madre ponías infamia.
21 Estas cosas hiciste, y yo he callado;
Pensabas que de cierto sería yo como tú;
Pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos.
En contraste al justo que obedecía a Dios de corazón y cumplía con su pacto con adoración y alabanza, siempre había otros malos que cumplían solamente en forma externa, pero nunca tenían el corazón para Dios. A estos malvados Dios se dirige ahora. La diferencia entre el justo y el malo es el corazón, aunque hacen lo mismo en lo externo, pero el cumplimento externo del malo no le agrada a Dios en nada. Este hombre habla de Dios, recita la ley de Moisés y memoriza el pacto (v. 16), pero aborrece la instrucción de Dios y no tiene ninguna afinidad por su Palabra (v. 17). De hecho, hace amistades con el ladrón y adúltero (v. 18), mintiendo (v. 19) y calumniando (v. 20), y porque no recibe un castigo de inmediato de Dios, supone que Dios ha pasado por alto su pecado. Pero no es así, Dios le denunciará cara a cara y le reprenderá (v. 21).
22 Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios,
No sea que os despedace, y no haya quien os libre.
23 El que sacrifica alabanza me honrará;
Y al que ordenare su camino,
Le mostraré la salvación de Dios.
Ahora tenemos la conclusión: el pueblo de Israel debe entender que el pacto que Dios ha hecho con ellos conlleva condiciones, maldiciones graves por la desobediencia, pero grandes bendiciones por la obediencia genuina motivada por amor y gratitud. Este salmo recordaba a Israel del pacto que Jehová hizo con ellos y les llevaba a afirmar una vez más su fidelidad con la ley de Dios.
Tal vez podamos imaginarnos observando una ceremonia de la renovación del pacto en el templo de Jehová en Jerusalén, escuchando la nación de Israel cantar este salmo. Debemos recordar que Dios siempre quería la obediencia que brota del corazón de amor y gratitud. Podemos resumir el Salmo 50 con esta frase sencilla, “Dios, tú eres el Juez de tu pueblo Israel”.
¿Cómo podemos aplicar el tema principal de este salmo a nuestras vidas?
De todos los salmos que hemos estudiado hasta ahora, creo que el Salmo 50 tiene la aplicación más indirecta. La ceremonia de la renovación del pacto tiene que ver con una época específica e histórica. Como gentiles, no estamos bajo el antiguo pacto que Dios hizo con su pueblo Israel en el monte Sinaí. Por eso, nuestra aplicación será más abstracta, pero creo que este salmo nos ayuda a entender mejor por lo menos tres hechos.
En primer lugar, el Salmo 50 nos ayuda a entender mejor la historia del Antiguo Testamento y del pueblo Israel. Tal vez nunca hemos pensado en estas convocatorias en el templo, o lo que pasó en el tiempo de Nehemías y Esdras, pero leyendo este salmo, podremos tener una visión más clara de lo que vivían.
En segundo lugar, la renovación del pacto nos recuerda una vez más de las deficiencias del antiguo pacto, el pacto que Dios hizo con Israel en el monte Sinaí. El fracaso de ese pacto fue debido al pecado del corazón del hombre, en ninguna manera hubo falla en el pacto mismo que Dios hizo (cp. Romanos 7:7–12). Los defectos del antiguo pacto nos señalan al nuevo pacto, un pacto mejor con mejores promesas (Hebreos 8:6–7). Hermanos, por la gracia de Dios, vivimos en un tiempo muy privilegiado, porque tenemos un sacrificio y sacerdote perfecto y eterno en Jesucristo, el cual nos da la bendición de entrar en la presencia de Dios mismo con gran confianza. Así que hermanos, acerquémonos a Dios con plena confianza de fe a través de Jesucristo, mantengamos firme nuestra fe en Jesús, porque Dios es fiel con sus promesas, y ayudémonos unos a otros a seguir perseverando en Jesús (Hebreos 10:19–25).
En tercer lugar, el Salmo 50 nos recuerda que Dios es el Juez. Al final, hay solo uno a quien tenemos que comparecer, Dios mismo. En aquel día, el jefe no te juzgará, los vecinos no te juzgarán, los familiares no te juzgarán, el gobierno no te juzgará. Dios te juzgará, y no podrás esconder nada de él. Él sabe todos los detalles, y no solamente los hechos, sino también los pensamientos y las motivaciones detrás de cada uno. Leemos en Hebreos 4 que seremos juzgados por el Verbo vivo de Dios, Jesucristo mismo (v. 12), “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (v. 13). Por otro lado, los que han creído en Jesús tienen toda la confianza en su sacrificio perfecto. Todos enfrentaremos a Jesucristo, sea como nuestro Juez o como nuestro Salvador.
Preguntas de repaso
- ¿Qué género es el salmo 50 y cuáles son sus características?
- ¿Quién escribió este salmo?
Pregunta extra: ¿Qué más puedes aprender del autor de este salmo? - ¿Qué momento de la historia de Israel nos recuerda el salmista en los versículos 3–4?
Pregunta extra: ¿Qué pasaje neotestamentario recuerda el mismo momento histórico? - ¿Qué frase resume lo más fundamental del pacto que Dios hizo con su pueblo Israel?
- ¿Fue malo que la nación de Israel ofreciera sacrificios a Dios? ¿Por qué le reprende Dios?
- ¿Qué quería Dios de su pueblo Israel además de los sacrificios de animales? ¿Cómo lo dice el salmista en los versículos 14 y 23?
- ¿Quién es el Juez que ve los corazones y no se confunde por las apariencias?
- ¿Cuál es la frase sencilla que resume el salmo?
- ¿Cómo aplicas este salmo a tu vida hoy día?