Orando los Salmos: Salmo 80

Dios, toda bendición proviene de ti

El Salmo 80 es otro salmo de lamento nacional, en el que Israel lamenta la destrucción de Jerusalén que Dios permitió debido a la idolatría de su pueblo Israel (cp. 2º Reyes 25:8–10; 2º Crónicas 36:17–19; Jeremías 52:12–14). Los salmos de lamento comienzan con una petición y finalizan con una declaración de confianza en Dios. Después de su derrota frente a los babilonios y la destrucción del templo, los judíos clamaban a Dios, ¿por qué? y ¿hasta cuándo? (vv. 4, 12). El tema del Salmo 80 es muy parecido al Salmo 79, porque los dos parecen abordar la misma situación histórica.

El Salmo 80, como muchos otros salmos (por ejemplo, el Salmo 67) presenta un estribillo que se repite tres veces. La función del estribillo es involucrar a la congregación en la lectura o el canto, pues el director puede cantar la estrofa y luego toda la congregación se suma al estribillo. En el caso del Salmo 80, el estribillo aparece tres veces en el salmo (con algunas variaciones pequeñas), “Oh Dios, restáuranos; haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos” (vv. 3, 7, 19). Este refrán también señala una división natural entre las estrofas.

En cuanto a la estructura del salmo, tenemos tres estrofas con el estribillo, y una estrofa de interludio entre la segunda y la tercera. Este interludio es un poema hermoso comparando la nación de Israel a una vid plantada por Dios y ocupando el lenguaje de la agricultura. El Salmo 80 se presenta así:

Dios, escúchanos y restáuranos (vv. 1–3)

Dios, ¿hasta cuándo tenemos que sufrir? (vv. 4–7)

            Dios, ¿por qué permitiste que se destroce tu vid Israel? (vv. 8–13)

Dios, vuelve a restaurarnos (vv. 14–19)

Leamos el salmo, notando las peticiones del salmista por la restauración de Israel. En la primera estrofa (vv. 1–3), el salmista pide que Dios escuche, resplandezca, desate su poder y venga a salvar a Israel.

 1Oh Pastor de Israel, escucha;
Tú que pastoreas como a ovejas a José,
Que estás entre querubines, resplandece.
Despierta tu poder delante de Efraín, de Benjamín y de Manasés,
Y ven a salvarnos.
Oh Dios, restáuranos;
Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.

Noten las descripciones de Dios que ocupa el salmista, el Pastor de Israel (v. 1) y el que está entre los querubines (v. 2). Como Pastor, Dios guiaba y cuidaba de Israel en todo momento desde el éxodo de Egipto hasta el día de hoy. Siempre moraba en medio de su pueblo, y su morada específica fue entre los dos querubines sobre el arca del pacto en el lugar santísimo (cp. 1º Samuel 4:4; 2º Samuel 6:2). Desde este lugar Jehová reinaba sobre la nación de Israel (cp. Salmo 99:1). Por eso, es obvio que los judíos clamaran a Dios por auxilio, porque él se encargaba de su protección y tenía todo el poder de salvarles.

El estribillo, repetido tres veces en el salmo, pide que Dios restaure a Israel y que haga resplandecer su rostro para salvar a Israel. La frase “haz resplandecer tu rostro” es una referencia a la bendición sacerdotal de Números 6:24–26, que dice, “Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz”. En ese momento, fue obvio que la nación de Israel no disfrutaba de la bendición de Jehová ni su misericordia ni paz, y por eso, el salmista pide que Dios haga resplandecer su rostro de nuevo. La imagen es de un rey benevolente que, al escuchar una petición de sus sujetos, manifiesta su aprobación con una sonrisa. Este salmo pide la restauración y bendición de Dios una vez más.

La segunda estrofa (vv. 4–7) manifiesta una duda del salmista que hemos escuchado en otros salmos, ¿hasta cuándo, Dios? (v. 4)

Jehová, Dios de los ejércitos,
¿Hasta cuándo mostrarás tu indignación contra la oración de tu pueblo?
Les diste a comer pan de lágrimas,
Y a beber lágrimas en gran abundancia.
Nos pusiste por escarnio a nuestros vecinos,
Y nuestros enemigos se burlan entre sí.
Oh Dios de los ejércitos, restáuranos;
Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.

Jehová, como el “Dios de los ejércitos” (vv. 4, 7), tiene la autoridad y el poder para destruir a los enemigos de Israel, pero dejaba de proteger a Jerusalén y el templo y ahora, los enemigos están disfrutando la victoria. No debe ser así, pues Israel es “su pueblo”, el pueblo de Dios. ¿Hasta cuándo Dios tardará? ¿Hasta cuándo Dios permitirá que los enemigos se burlen de Israel? (v. 6)

En vez de venir en ayuda a su pueblo, Dios demora y le da a Israel el “pan de lágrimas” a comer y lágrimas a beber (v. 5). Esta frase poética describe un dolor o luto continuo (cp. Salmo 42:3; 102:9), como si alguien comiera pan hecho de lágrimas tres veces al día y tomara solamente lágrimas por su sed. En vez de aliviar los dolores de su pueblo, Dios seguía dándole una dieta regular de lágrimas. Por eso, el salmista da eco una vez más al estribillo, pidiendo que Dios les restaure y sonría de placer por Israel, a fin de que sean salvos.

La tercera estrofa (vv. 8–13) introduce una alegoría, una metáfora extendida. La comparación es entre la nación de Israel y una vid cultivada.

Hiciste venir una vid de Egipto;
Echaste las naciones, y la plantaste.
Limpiaste sitio delante de ella,
E hiciste arraigar sus raíces, y llenó la tierra.
10 Los montes fueron cubiertos de su sombra,
Y con sus sarmientos los cedros de Dios.
11 Extendió sus vástagos hasta el mar,
Y hasta el río sus renuevos.
12 ¿Por qué aportillaste sus vallados,
Y la vendimian todos los que pasan por el camino?
13 La destroza el puerco montés,
Y la bestia del campo la devora.

Dios sacó de Egipto una vid, pequeña y frágil, y desescombró una tierra especial para plantarla (v. 8). La cultivaba, la regaba, la protegía, todo a fin de que la vid echara raíces, creciera y llenara la tierra (v. 9). La vid creció tanto para cubrir los montes y dar sombra a los cedros inmensos (v. 10). La vid, la nación de Israel, se expandió desde el mar hasta el río Éufrates en los tiempos del rey Salomón (v. 11; cp. 1º Reyes 4:21). Desde ese cenit del reino de Israel, casi desaparece, y el salmista hace la pregunta, ¿Qué pasó? Parecía que Dios, en vez de cuidar y proteger su vid, derribó los muros, de modo que todos los que pasaban se comieron la fruta (v. 12) y los animales salvajes destruyeron lo que quedaba (v. 13). ¿Cómo pudiera Dios haberlo permitido? ¿Por qué no defendió a Israel? ¿Hasta cuándo lo dejaría así?

La última estrofa (vv. 14–19) no da respuestas a estas dudas, pero reorienta y enfoca el pensar en este hecho: solo Dios puede restaurar y salvar a su pueblo Israel.

14 Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora;
Mira desde el cielo, y considera, y visita esta viña,
15 La planta que plantó tu diestra,
Y el renuevo que para ti afirmaste.
16 Quemada a fuego está, asolada;
Perezcan por la reprensión de tu rostro.
17 Sea tu mano sobre el varón de tu diestra,
Sobre el hijo de hombre que para ti afirmaste.
18 Así no nos apartaremos de ti;
Vida nos darás, e invocaremos tu nombre.
19 ¡Oh Jehová, Dios de los ejércitos, restáuranos!
Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.

Una vez más el salmista pide que el Dios de los ejércitos vuelva a cuidar de nuevo su plantita (vv. 14–15). Antes tenía un lugar especial, pero ahora está seca y asolada, marchitándose frente al rostro de Dios (v. 16). Por eso, el salmo pide que Dios haga resplandecer su rostro una vez más para que sean salvos (v. 19). La única esperanza de Israel es que su Dios obre a su favor (v. 17), que le dé vida nueva para que sigan alabándole (v. 18). Una vez más, escuchamos el estribillo: “Dios, restáuranos, haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos”.

El Salmo 80 es un recordatorio de que solo Dios puede restaurar y salvar a su pueblo Israel. Los israelitas podían recordar, cada vez que cantaban este salmo, que cualquier bendición proviene de Dios, y por eso, seguían pidiéndole a Dios que les restaurara e hiciera resplandecer su rostro para ser salvos. Podemos resumir el Salmo 80 con esta oración sencilla, “Dios, toda bendición proviene de ti”.

¿Cómo podemos aplicar el tema principal de este salmo a nuestras vidas?

El Salmo 80 se escribió para recordar a los israelitas a confiar en Dios y para pedir su bendición. La sencilla razón por la cual le pedimos a Dios que nos bendiga es que solamente Él es la fuente de toda bendición. El hecho de orar debe recordarnos que oramos a Dios porque Él puede contestar. Le pedimos ayuda porque Él nos puede ayudar. Presentamos nuestras peticiones a Dios en la oración porque Él es el único que nos pueda responder. El apóstol Pablo, orando en Efesios 3, dirige su oración a “Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20). Oramos a Dios porque toda bendición proviene de Él.

Preguntas de repaso

  1. ¿Qué género es el Salmo 80? ¿Dónde identificas sus características en el salmo?
  2. ¿Cuál es la frase sencilla que resume el salmo?
  3. ¿Cuál es el estribillo repetido en el Salmo 80?
  4. ¿Cómo funciona un estribillo? ¿Puedes recordar el estribillo de alguna canción que cantamos como iglesia?
  5. ¿Cómo la alegoría de la vid describe la historia de Israel?
  6. ¿Por qué oras tú? ¿Tienes claro por qué oras a Dios?
  7. ¿Cómo debemos responder cuando Dios conteste nuestra oración? (una pista: v. 18)
  8. ¿Cuál verso del Salmo 80 sobresale para ti?
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