Romanos 13:1–14: El amor y humildad que el evangelio producirá en el cuerpo de Cristo

En la primera sección de su epístola a los Romanos (1:1–4:25), Pablo expone las buenas noticias del evangelio. En primer lugar, toda la gente, judíos y gentiles por igual, están bajo la condenación de Dios por su pecado, pero todos pueden ser justificados por la fe en Cristo Jesús. La base de esta justificación es la redención de Jesucristo, su sacrificio propiciatorio en la cruz. La única manera para ser justo delante de Dios es por medio de la fe en Jesús, no por las obras, destacando la gracia de Dios.

En la segunda sección de la epístola (5:1–8:39), Pablo expone las bendiciones para los que creen en Jesús. En primer lugar, los justificados por la fe en Jesús tienen paz con Dios por medio de Jesucristo (5:1–21). Después, los que creen en Jesús tienen una nueva vida en Cristo (6:1–23). Porque han muerto con Cristo, los justificados no están bajo la ley, sino bajo la dirección del Espíritu Santo (7:1–25). Unidos con Cristo y bajo la dirección del Espíritu Santo, los que creen en Jesús tienen una esperanza segura que se extiende desde el momento de la justificación hasta la eternidad (8:1–39).

La tercera sección de Romanos (9:1–11:36) responde a dudas sobre Pablo y su ministerio a los gentiles. Pablo no ha abandonado a los judíos (9:1–5) para predicar el evangelio. A pesar de todas sus bendiciones, Israel rechazó a su Mesías porque Dios no los eligió (9:6–29). Sin embargo, los israelitas son responsables delante de Dios porque no creyeron en Jesucristo (9:30–10:21). Pablo responde las dudas sobre el futuro de la nación de Israel (11:1–36), afirmando que Dios volverá a salvar a Israel.

La cuarta sección de Romanos (12:1–16:27) es la aplicación práctica de la enseñanza doctrinal de las primeras secciones. En base del evangelio, debemos vivir la koinonía en el evangelio. Pablo ruega a los hermanos en Roma “por las misericordias de Dios”, o sea, todas las bendiciones expuestas en los primeros once capítulos, que “presenten sus cuerpos en sacrificio vivo” (12:1; cp. 6:13). En vez de conformarnos a este siglo, debemos transformarnos por la renovación de nuestro pensamiento (12:2). Esa transformación de nuestros pensamientos se evidencia en dos maneras: el amor y la humildad. El amor es distinto del mundo porque piensa en otros más que en sí mismo. La humildad es distinta del mundo porque piensa de sí mismo correctamente. El capítulo 13 sigue la misma línea, describiendo la transformación de los pensamientos de los creyentes y el amor y humildad que el evangelio produce en el cuerpo de Cristo.

Pensando correctamente de la autoridad (13:1–7)
Cuando pensamos con humildad, pensamos correctamente de nosotros mismos, lo cual afecta nuestra relación con las autoridades. En vez de rebelarnos en contra de las autoridades, debemos someternos a las autoridades (13:1), porque es Dios quien establece toda autoridad (13:1). Por eso, resistir la autoridad es resistir a Dios (13:2). También hay que entender que las autoridades son siervos de Dios (13:3), y son siervos de Dios para nuestro bien (13:4). Por eso, debemos someternos a las autoridades como a Dios (13:5–7).

Pensando claramente del amor (13:8–10)
Debemos cumplir todas nuestras obligaciones con todos, a fin de que no debamos nada a nadie, sino el amor (13:8). Nuestro primer deber es amar a los demás. De hecho, podemos resumir todos nuestros deberes en un solo mandato: amar al prójimo como a sí mismo (13:9). Es imposible amar y hacer mal a alguien (13:10), por eso, debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Pensando en serio de la vida cristiana (13:11–14)
Pensando humildemente sobre nuestras vidas, admitimos que no tenemos tiempo ilimitado. Por eso, Pablo dice que conozcamos el tiempo (13:11), utilizando algunas metáforas del tiempo. En primer lugar, dice que es hora de despertarnos y darnos cuenta de que nuestros días aquí son cortos (13:11). Muy pronto nuestra salvación será perfeccionada cuando estemos con Jesús. En segundo lugar, dice que se acaba la noche y viene el amanecer. Por eso, debemos desechar el pecado y vivir según nuestra nueva vida en Cristo (13:12). En tercer lugar, dice que andamos abiertamente, en la luz del día, lo cual quiere decir que vivamos siguiendo a Jesús, no obedeciendo los deseos pecaminosos (13:13).

Debemos vivir la koinonía en el evangelio en el amor y humildad que el evangelio produce en el cuerpo de Cristo.

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