En el cuarto capítulo, Pablo continúa el tema de los siervos de Dios en la iglesia. A Pablo no le importa que los corintios no se quedaban impresionados con su presentación y apariencia, porque como siervo de Dios, tiene que rendir cuenta a Dios. Como explicaba antes, los siervos reciben su recompensa del Señor. El Señor de la iglesia tiene el derecho de juzgar a sus siervos. El envanecimiento de los corintios les llevó a juzgar a los siervos de Dios, y este orgullo no tiene sentido, porque todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios.