Doctrina del Hombre y el Pecado – Sesión 5

Hermanos, ¿qué hemos estado aprendiendo a lo largo de esta serie?

I. Origen y Naturaleza del Hombre. En esta sesión aprendimos que Dios creó al Hombre de manera sobrenatural, directa e inmediata, y que lo hizo con una parte material y otra inmaterial, las cuales están esencialmente relacionadas entre sí.

II. Imagen de Dios en el Hombre. Profundizando un poco más acerca de la naturaleza del Hombre, en esta sesión aprendimos que el ser humano fue creado a imagen de Dios, lo que significa que tiene un parecido personal, espiritual y moral con Dios. Además, aprendimos que este parecido es algo que solo el Hombre posee, y por tanto, le hace receptor de una honra cual ninguna otra criatura tiene ni podrá tener jamás. Sin embargo, en un momento de la historia, la imagen de Dios en el Hombre se corrompió y hoy no refleja lo que fue originalmente.

III. Estado original y Caída del Hombre. En esta sesión aprendimos que Dios creó a Adán y a Eva como personas totalmente libres de los efectos debilitadores del pecado, es decir, tenían un intelecto perfecto, no estaban expuestos al deterioro físico y no tenían ninguna atracción natural hacia el pecado porque tenían una naturaleza santa. Además, fueron creados moralmente rectos y espiritualmente aptos para tener comunión directa con Dios y conocer su voluntad y, por ello, obedecer a Dios. No obstante, también podían ser tentados al pecado y pecar, lo que finalmente sucedió; y una vez que Adán y Eva pecaron, cayeron del estado original con el cual fueron creados; deteriorando así la imagen de Dios en sus vidas y corrompiendo totalmente su naturaleza, originalmente santa.

IV. Naturaleza y Origen del Pecado. En esta sesión definimos que el pecado es “toda acción y disposición que se oponga a Dios como creador, soberano y bueno”. También, identificamos que por naturaleza,  el pecado: (1) es contrario a la voluntad de Dios, (2) es desventajoso para quien lo ejecuta, (3) siempre trae consigo juicio divino y muerte, (4) nunca trae gloria a Dios, y (5) es totalmente irracional. Finalmente, recordamos que después de la desobediencia de Adán, el pecado pasó a ser parte integral del ser humano desde su concepción, de modo que, todo hijo de Adán nace con una disposición natural hacia el pecado e inevitablemente peca contra Dios.

El día de hoy, vamos a finalizar esta serie doctrinal estudiando el tema:

EL PECADO: SU ALCANCE EN LA HUMANIDAD Y SU CASTIGO

I. Alcance del pecado en la Humanidad

Cuando hablamos del “alcance del pecado en la humanidad” nos referimos a la magnitud de los daños infligidos por el pecado después de la desobediencia de Adán. Y en cuanto a esto, lo primero que podemos señalar es que el pecado alcanzó completamente a la humanidad (Ro. 3:9-18). Después de la caída, todo ser humano fue corrompido por el pecado; así sean grandes, pequeños, ricos, pobres, recién nacidos o por nacer, todos están bajo pecado.

          En el Antiguo Testamento, vemos que David fue uno de los primeros en hablar de la corrupción total de la humanidad, diciendo: “no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Sal. 14:1-3). Luego, su hijo Salomón, rey de Israel, oró al Señor en la dedicación del primer templo, y declaró que “no hay hombre que no cometa pecado” (1R. 8:46). Y más adelante, en Eclesiastés 7:20, dijo: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”. Además de estas declaraciones específicas, la Biblia también menciona que el pecado ha alcanzado a la humanidad desde su concepción. David escribió en el Salmo 51 que desde el vientre de su madre el pecado ha estado ligado a su vida (v.5), así como también la maldad de los impíos desde su nacimiento (Sal. 58:3)

          En el Nuevo Testamento, Pablo insiste en las palabras de David y confirma la universalidad del pecado diciendo: “No hay justo, ni aun uno. No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Ro. 3:9-12 cp. Sal. 14:1-3). Así mismo, Juan es muy claro en decir que todo aquel que diga que “no tiene pecado” o que “no ha pecado”, no solo es mentiroso sino que también cuestiona la santa Palabra de Dios (1Jn. 1:8, 10).

Así que, hermanos, la Palabra de Dios es enfática en confirmar que el pecado ha alcanzado a toda la humanidad. Y no solo en eso, sino que también lo es en señalar que el pecado ha afectado a cada ser humano en particular; de modo que, cada individuo está totalmente depravado por causa del pecado. Ahora bien, ¿qué significa realmente esto?

            La depravación total significa que el Hombre es totalmente incapaz de buscar o agradar a Dios por cuenta propia; y esto, debido a que el impacto de la contaminación y corrupción del pecado afectó a toda su persona. El Hombre es totalmente incapaz de agradar a Dios porque está totalmente depravado por el pecado. Así como el humo de un fuego impregna todo en una habitación, el pecado ha corrompido la totalidad del ser humano. De modo que, su cuerpo está en decadencia; se cansa, se enfermedad, y, su camino al polvo (ed. “muerte” Gn. 3:19), sirve como instrumento para la maldad (cp. Ro. 6:12-14). Su mente está reprobada y corrompida; incapacitada para percibir la verdad de Dios (1Cor. 2:14) pero extremadamente hábil para inventar males (Ro. 1:28-30 cp. Ef. 4:17-19). Y su voluntad está totalmente esclavizada al pecado (Jn. 8:34, 44); totalmente habituada a hacer mal (cp. Jer. 13:23), por lo que el Hombre depravado se vuelve incapaz de dirigirse a Dios y a Su justicia; y por ello, todo lo que siente, piense o desee, no tiene un origen santo sino que proviene de un corazón pecaminoso, depravado y egoísta (Mr. 7:21-23) que no tiene en cuenta a Dios, ni Su verdad (Ro. 1:18), ni Su gloria (v.21).

Entonces, en cuanto al alcance del pecado en el Hombre podemos señalar que (1) el pecado alcanzó a toda la raza humana y (2) ha dejado a cada uno de ellos totalmente depravado, lo que implica que el Hombre es completamente incapaz de buscar y agradar a Dios por su propia cuenta, ya que el pecado ha afectado totalmente su ser; su cuerpo, mente y voluntad; así como también sus sentimientos, pensamientos y deseos. Todo en el Hombre se opone a Dios y niega Su soberanía y bondad.

II. Castigo por el Pecado  

No cabe duda que la mayoría de los creyentes sabe que el castigo por el pecado es la muerte y que fue Dios, el Creador, quien desde el principio determinó que ese sería el castigo por el pecado. En Génesis 2:17 vemos que el Señor advirtió a Adán que el día que comiere del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, “ciertamente morirá”. Más adelante, Dios volvió a decir por medio del profeta Ezequiel que “… el alma que pecare, esa morirá” (Ez. 18:4). Y luego, Pablo, apóstol de Jesucristo, ratificó esta misma verdad diciendo que la paga por el pecado es la muerte (Ro. 6:23). Así que, no hay duda, el castigo por el pecado es la muerte. Pero, ¿qué es la muerte?

En primer lugar, el concepto bíblico para muerte siempre está relacionado a separación, no inexistencia ni aniquilación. Y, en segundo lugar, la muerte se presenta en tres diferentes aspectos: (1) Separación espiritual respecto a la persona de Dios o muerte espiritual. (2) Separación temporal del cuerpo físico de su parte inmaterial o muerte física. Y (3) separación permanente de Dios y Su misericordia para destrucción o muerte eterna.

            En el Antiguo Testamento podemos ver con mucha claridad los primeros dos aspectos de la muerte, ya que, cuando Adán y Eva pecaron contra Dios en el huerto, lo primero que experimentaron fue la muerte espiritual. Es decir, una vez que desobedecieron al Señor, inmediatamente sufrieron la corrupción de su vida espiritual y perdieron toda sensibilidad a las cosas de Dios y por lo tanto no pudieron (ni quisieron) iniciar por si mismos cualquier tipo de acercamiento a Dios, por el contrario, se escondieron de Él (Gn. 3:10), y finalmente fueron desterrados de la presencia de Dios (Gn. 3: 22-24). Y lo siguiente que experimentaron Adán y Eva después del pecado fue la muerte física. Y si bien, ésta no tuvo lugar de inmediato (Adán vivió 930 años Gn. 5:5), su proceso comenzó desde que ellos desobedecieron a Dios y fueron apartados del árbol de la vida. Leemos en Génesis capítulo 3:19 que Dios sentenció a Adán, diciéndole: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás” (Gn. 3:19), y un poco más adelante, dijo el Señor: “Ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre” (v.22).      

            Ahora bien, la muerte (espiritual y física) no solo fue experimentada por Adán y Eva sino que ésta también pasó a ser una realidad para toda su descendencia. Y de hecho, en cuanto a la separación espiritual por el pecado, el profeta Isaías dijo a Israel “vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Is. 59:2), y en cuanto a la mortalidad del hombre, basta leer Génesis capítulo 5 ver que la muerte pasó a toda la humanidad (véase “y murió” en los vv.5-31).

En el Nuevo Testamento, el tema de la muerte como la consecuencia más devastadora del pecado, está muy bien documentado. Por ejemplo, vemos que durante el ministerio de Jesús, la muerte espiritual y física eran una realidad evidente, y por ello el continuo llamado del Señor a creer y pasar de muerte a vida (Jn. 5:22; 8:51, 52, 11:25, 26). Igualmente, Pablo se refiere al estado de muerte en varias ocasiones, y en particular, cuando dice que los creyentes de Éfeso, antes de la salvación, estaban muertos espiritualmente en sus delitos y pecados (Ef. 2:1 cp. Ro. 5:12), o cuando escribe a los Corintios, respecto a la muerte física, diciendo que “en Adán todos mueren” (1Cor. 15:22). Y, así mismo, el autor de Hebreos, argumenta como una verdad ciertísima el hecho de que: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27). Etc.

            Finalmente, el Nuevo Testamento también habla de la tercera implicación de la muerte; la muerte eterna. Ésta muerte es mencionada en el libro de Apocalipsis como la “muerte segunda” y se refiere a la separación eterna (respecto a Dios) que enfrentarán todos aquellos que estén muertos espiritualmente para el día del Juicio (2:11, 20:6; 12; 21:8). La muerte eterna no implica aniquilación sino la destrucción eterna del pecador por el castigo de sus pecados, y esto, en total separación de Dios y Su misericordia.

Entonces, en cuanto al castigo por el pecado, la Biblia es clara en señalar que Dios decretó que la muerte es el castigo por el pecado, pudiendo ésta expresarse en tres aspectos: (1) espiritual (2) física, (3) y eterna. Adán y Eva fueron los primeros en experimentar la muerte espiritual y física por causa del pecado, y a partir de allí, todo ser humano nace pecador, sin vida espiritual, mortal y sentenciado muerte eterna en el juicio de Dios.

III. Conclusión

1. Seguramente hayan escuchado a personas decir (y quizá con cierta insistencia) que los niños son “buenos” o que son “pequeños angelitos” o  que “no mienten”. Pero después de haber estudiado estas doctrinas, ¿es así?
Si creemos a las Escrituras y a lo que Dios dice respecto al alcance del pecado en la humanidad, entonces la respuesta es ¡NO! Ya que la verdad es que el pecado; su corrupción y contaminación, alcanzó a toda la humanidad depravando totalmente a todos y cada uno de los seres humanos. Y por tanto, el más hermoso de los bebés que hayan nacido este año, y aún el que está por nacer, es por naturaleza un pequeño pecador y no “un pequeño ángel”.

      Hermanos, tener esta verdad presente nos pone en perspectiva, no mantiene alerta y nos ayuda a tomar conciencia de que desde el niño más pequeño (bebé) hasta el adulto más anciano necesitan a Jesucristo, necesitan ser salvados del pecado y oír el evangelio.

2. Tal vez hayan escuchado frases como “escucha tu corazón” o “hazle caso a tus sentimientos”. Pero después de haber estudiado sobre la depravación del pecado en el Hombre, ¿podemos decir que el corazón o los sentimientos son consejeros fiables o buenos?
La respuesta es ¡NO! La Biblia dice que el corazón (como la fuente donde emanan sentimientos y decisiones) es engañoso, perverso y lleno de mal (Jr. 17:9 cp. Ecl. 9:3; Mr. 7:21,22). Y es más, el pecado corrompió de tal manera el corazón del Hombre que aun el creyente, después de su conversión, todavía debe luchar contra sus engaños (Ro. 7:11; Ef. 4:22). Es verdad que, por la obra de Cristo, el pecado ya no tiene más dominio sobre los hijos de Dios (Ro. 6), pero las luchas internas y externas por hacer el bien y no el mal continúan aun después del nuevo nacimiento; y ante tal batalla diaria, el corazón y los sentimientos no son fiables sino solo la Palabra santa de Dios (Jn. 17:17).

      Hermanos, solo la palabra de Dios limpiará nuestras vidas, nos acerca a la voluntad de Dios y nos alejará cada vez más del pecado. Así escribió David en el salmo 119:9-11 “¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado, no dejes que me desvíe de tus mandamientos. En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti.” (LBLA)

3. Es probable que hayan escuchado decir: “esa persona es muy buena y tiene el cielo ganado” o “esa persona toda su vida ha sido muy devota a Dios”. Si bien es posible que desde la perspectiva de la moralidad del mundo una persona califique como “buena” y por su religiosidad se le considere “piadosa”, la opinión que verdaderamente importa es la de Dios; y según Él, ¿Hay alguien bueno? ¿Hay quien haga el bien? ¿Hay quien le busque y le responda con agrado? ¿Puede alguien agradar a Dios tanto como para llegar al cielo?
La Palabra de Dios dice que nadie puede agradar a Dios. El Hombres está muerto en sus delitos y pecados, y en esa condición espiritual es imposible que pueda buscar al Señor, a menos que Jesucristo le muestre el camino al Padre por medio de la Fe (Jn 14:7). Jesucristo es la entrada al Padre (Ef. 2:18) y fuera de Él, el Hombre no puede hacer nada para acercarse a Dios o agradarle (Jn. 15:5).

4. Quizás, en más de alguna ocasión, hayan escuchado a alguien decir: “el pecado no existe, es un invento que se creó para atemorizar y sacar ganancias de los ingenuos” (o ideas similares). Por un lado, no cabe duda que dichos como este solo dejan ver, una vez más, el engaño que ha provocado el pecado en la mente de los Hombres (Ef. 4:17-19; He. 3:13); y es obvio porque el pecado no quiere que se descubra su pecaminosidad. Por otro lado, también es cierto que una declaración como esta se ajusta muy bien a la realidad de algunas sectas y religiones falsas. Sin embargo, más allá de las religiones y opiniones de los Hombres, lo que importa es lo que el Creador del universo ha dicho. ¿Y qué es lo que ha dicho Dios, el Creador, respecto al pecado? ¿Es real?

      Hermanos, además de todo lo que ya hemos aprendido en esta serie de estudios, permítanme hacer una referencia al evangelio de Dios y responder esta pregunta diciendo que la prueba más abrumadora e irrefutable de la realidad, universalidad y profundidad del pecado es la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo en la cruz.
El pecado es real, y esa es la razón por la cual el Hombre no tiene vida espiritual, ni tiene comunión con Dios, ni le busca, ni le glorifica, ni le puede glorificar. El pecado es real, y su corrupción se hace evidente en toda la humanidad; y por cuanto todos pecaron, todos los Hombres están bajo sentencia de muerte eterna. El pecado es real, y nada más terrible y dañino como el pecado podría haber requerido que el mismísimo Unigénito Hijo de Dios se humanara y viniera a este mundo, lleno de pecado. El pecado es real y la humanidad está colmada de él, pero como escribió el apóstol Pablo, “más cuando abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Ro. 5:20). Y solo por gracia, Jesucristo se ofreció a sí mismo como sacrificio perfecto, sin macha ni pecado, para llevar los pecados de muchos, a fin de reconciliarles con su Creador y hacerles siervos de Dios, el único Señor, Soberano y Bueno.

5. Por último, hermanos, alabemos al Señor porque por medio de Su muerte nos libró de la muerte eterna. Y con Su sacrificio perfecto nos ha salvado del poder del pecado y la condenación. Y un día, cuando nos reúna con Él en los cielos, no librará para siempre de la presencia del pecado.


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