Orando los salmos: Salmo 19

El salmo diecinueve es el segundo salmo de alabanza del libro de los salmos. Los salmos de alabanza son himnos de adoración que exaltan a Dios por quién es y por lo que ha hecho. Y en particular, el autor de este salmo alaba a Dios por Su grandeza, expresada tanto en Su creación como en Su Ley. En una frase sencilla, el tema de este salmo se puede resumir en la siguiente oración: “Dios, celebramos tu grandeza

El salmo diecinueve puede dividirse en dos secciones: (I) La grandeza de Dios expresada en los cielos (vv.1-6) y (II) La grandeza de Dios expresada en la Ley (vv. 7-14).

EXPLICACIÓN DEL SALMO

(I) La grandeza de Dios expresada en los cielos (vv. 1-6)

1 Los cielos cuentan la gloria de Dios,
Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
2 Un día emite palabra a otro día,
Y una noche a otra noche declara sabiduría.
3 No hay lenguaje, ni palabras,
Ni es oída su voz.
4 Por toda la tierra salió su voz,
Y hasta el extremo del mundo sus palabras.

En ellos puso tabernáculo para el sol;
5 Y éste, como esposo que sale de su tálamo,
Se alegra cual gigante para correr el camino.
6 De un extremo de los cielos es su salida,
Y su curso hasta el término de ellos;
Y nada hay que se esconda de su calor.

El salmista comienza su himno de alabanza con una categórica afirmación (v.1): los cielos son obra de las manos de Dios, y como tales, su propósito en la creación es dar testimonio de la grandeza (“gloria”) de su Creador. Por tanto, la belleza, inmensidad y complejidad de los cielos se explican únicamente cuando se entiende que todos ellos son resultado de un Creador glorioso, inteligente, todopoderoso y con un sentido artístico único y divino.

            Seguido de su afirmación inicial, el salmista señala que, a pesar de que cielos no emitan palabra alguna, con lenguaje universal, cada día anuncian el testimonio de la gloria de Dios, el Creador de todas las cosas (v.2). Y es más, también afirma que, paradójicamente, el lenguaje silencioso de los cielos recorre desde los pasajes más recónditos de la tierra hasta el vasto universo, siendo un muy buen ejemplo este mensaje la mayor lumbrera de los cielos; el Sol, que con su imponente presencia, cada día anuncia la sabiduría de su Hacedor e ilustra magníficamente la grandeza del Señor, a medida que recorre alegre y vigorosamente su carrera a través del cielo azul (cp. v.6).

(II) La grandeza de Dios expresada en la Ley (vv. 7-14)

7 La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma;
El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.
8 Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón;
El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
9 El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre;
Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.
10 Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado;
Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.

11 Tu siervo es además amonestado con ellos;
En guardarlos hay grande galardón.
12 ¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos.
13 Preserva también a tu siervo de las soberbias;
Que no se enseñoreen de mí;
Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.

14 Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti,
Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.

En esta sección el salmista pasa de señalar la grandeza de Dios en la creación, a una revelación más específica; la Ley de Jehová. Para el salmista, los atributos la Ley de Jehová no son distintos a los atributos de Dios, y por tanto, tanto Jehová como Su Palabra son perfectos, dignos de confianza (fieles), justos (rectos), puros, limpios y verdaderos. Y específicamente, el Señor ha dado Su Palabra a los Hombres para convertir el alma, hacer sabio al sencillo, alegrar a los hacedores de la verdad, enseñar el camino de la pureza, proveer principios permanentes de conducta, y establecer la verdad y justicia en un mundo lleno de pecado.

            Luego de expresar los atributos de la Ley de Jehová, el salmista interrumpe su canto diciendo que la Ley es más valiosa que todas las riquezas del mundo (v.10). En cuanto al oro, el salmista dice que éste, aunque sea mucho y fino, no puede satisfacer al alma como la palabra de Dios. Y aunque la miel sea el alimento terrenal que más gozo trae por su dulzura; con todo, no se compara a la dulzura espiritual que emana de la Palabra de Dios ni al gozo que produce en el corazón del Hombre que guarda la Ley.  

            El autor de este salmo finaliza su himno de alabanza dejando ver que, lo que ha dicho sobre la grandeza de Dios expresada en Su perfecta y deseable Palabra, le da ocasión para reflexionar sobre la importancia de guardar Sus mandamientos, meditar arrepentido sobre sus pecados y orar a Dios para ser librado de pecar nuevamente contra Él (vv.12-13). Y por sus palabras finales, no cabe duda que el salmista realmente quería que Dios aceptara con agradado sus pensamientos y su alabanza (v.14), y por ello, antes de sellar su adoración proclama: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, redentor mío”.

El salmo diecinueve es un himno de alabanza que nos enseña a mirar la grandeza de Dios a través de “los dos libros[1] que ha usado para Su revelación: “La creación natural” y “Su Palabra”. A través de la creación natural podemos contemplar con claridad todo el poder creativo del Señor por medio de la obra de sus manos. Y a través de Su palabra, podemos contemplar la perfección de sus dichos y, más aún, ser desafiados por cada uno de sus mandatos.

            Ahora bien, ¿quiere Dios que los Hombres adoren a la creación? ¿Quiere Dios que los hombres le ignoren como Creador? ¿Quiere Dios que los hombres se regocijen más en el oro y la miel que en Su Palabra? ¡Por su puesto que no! Y es más, este salmo nos exhorta y enseña que, al mirar la creación de Dios y Su Palabra, debemos huir de la idolatría, la indiferencia (o el acostumbramiento) y el pecado, para ofrecer a Dios agradables cánticos que hagan coro con la proclamación de los cielos, a medida que procuramos vivir agradablemente para el Señor celebrando cada día la grandeza de Dios.      


[1] Es obvio que por la creación no es “un libro”. Estoy usando esta expresión en un sentido netamente metafórico.

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