Dios, alabaré tu nombre porque me has salvado.
El Salmo 22 es un salmo de lamento individual, que presenta el clamor de David a Dios en un momento de desesperación. Como todos los lamentos, empieza con un clamor y finaliza con una afirmación de confianza en Dios. En este salmo, el rey David clama a Dios frente a sus enemigos (vv. 1–2), recordando la salvación de Dios en el pasado (vv. 3–5), pidiendo socorro en el presente (vv. 6–21), y alabando a Dios en el futuro por la salvación (vv. 22–31).
El lamento de David es así: Dios está tan lejos de mí, me ha desamparado, no me responde. Podemos sentir la angustia de David en los momentos que hemos pasado dolor y desesperación. De hecho, Jesús mismo, un estudiante de la Palabra de Dios, clamó estas mismas palabras, haciendo eco de David, cuando sufría el castigo de nuestros pecados por la mano de su Padre en la cruz (cp. Mateo 27:46).
1 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
2 Dios mío, clamo de día, y no respondes;
Y de noche, y no hay para mí reposo.
¿Por qué clama David a Dios, aunque está tan lejos? Revisando su historia, David nos cuenta que Dios es confiable porque ha demostrado su poder salvador antes. La historia de la nación de Israel, desde sus primeros momentos saliendo de Egipto hasta los días de David, es un testimonio de la fidelidad de Dios. Clamaron a Dios, y Dios los oyó y los salvó.
3 Pero tú eres santo,
Tú que habitas entre las alabanzas de Israel.
4 En ti esperaron nuestros padres;
Esperaron, y tú los libraste.
5 Clamaron a ti, y fueron librados;
Confiaron en ti, y no fueron avergonzados.
¿Cuál fue la experiencia de David? Se quedó sufriendo solo, con todos en oposición mirándolo. Sus enemigos se burlaban de él y de su fe en Dios. Podemos escuchar las mismas palabras en las bocas de los líderes judíos alrededor de la cruz de Jesús, cuando se burlaban de su afirmación de que era el Hijo de Dios (cp. Mateo 27:43).
6 Mas yo soy gusano, y no hombre;
Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo.
7 Todos los que me ven me escarnecen;
Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo:
8 Se encomendó a Jehová; líbrele él;
Sálvele, puesto que en él se complacía.
Sin embargo, David confía en Dios porque siempre le ha cuidado desde su nacimiento. Más allá de la fidelidad de Dios con la nación de Israel, con los padres de David (vv. 3–5), él mismo había experimentado la fidelidad de Dios en su propia vida. Reconoce en estos versículos el cuidado fiel de Dios en toda su vida, y le pide a Dios que ahora no se aleje de él.
9 Pero tú eres el que me sacó del vientre;
El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre.
10 Sobre ti fui echado desde antes de nacer;
Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.
11 No te alejes de mí, porque la angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude.
Para describir la ferocidad de sus enemigos, David les compara con animales salvajes y peligrosos, como fuertes toros de Basán atacando de varios lados (v. 12). Les compara con leones que cazan un animal indefenso (v. 13), que lo matan y después de hacer trizas su cadáver, devoran su presa (vv. 14–15). Describe a sus enemigos como una jauría de perros salvajes que desgarran su cuerpo y su ropa (vv. 16–18). Cuando Mateo escribió la historia de la crucifixión, la muerte injusta y violenta de Jesús le recordó de este salmo, cuando los soldados repartieron entre sí los vestidos de Jesús (cp. Mateo 27:35).
12 Me han rodeado muchos toros;
Fuertes toros de Basán me han cercado.
13 Abrieron sobre mí su boca
Como león rapaz y rugiente.
14 He sido derramado como aguas,
Y todos mis huesos se descoyuntaron;
Mi corazón fue como cera,
Derritiéndose en medio de mis entrañas.
15 Como un tiesto se secó mi vigor,
Y mi lengua se pegó a mi paladar,
Y me has puesto en el polvo de la muerte.
16 Porque perros me han rodeado;
Me ha cercado cuadrilla de malignos;
Horadaron mis manos y mis pies.
17 Contar puedo todos mis huesos;
Entre tanto, ellos me miran y me observan.
18 Repartieron entre sí mis vestidos,
Y sobre mi ropa echaron suertes.
Por eso, David clama a Dios: no te alejes, ayúdame, sálvame de estos perros salvajes, de estos leones hambrientos, de estos toros peligrosos.
19 Mas tú, Jehová, no te alejes;
Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.
20 Libra de la espada mi alma,
Del poder del perro mi vida.
21 Sálvame de la boca del león,
Y líbrame de los cuernos de los búfalos.
Como hemos visto vez tras vez, los salmos de lamento empiezan con un clamor, pero siempre terminan afirmando la confianza en Dios. Este salmo también sigue el mismo patrón. Después de pedir que Dios le salve de sus enemigos, David vuelve a alabar a Dios por la salvación. Aunque la petición de David es privada y personal, sus alabanzas y acciones de gracias son públicas entre sus hermanos, en medio de la congregación de Israel, con todos los que temen a Jehová. Les llama a todos a glorificar a Dios por su salvación, por no esconder su rostro, por oír su clamor.
22 Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
En medio de la congregación te alabaré.
23 Los que teméis a Jehová, alabadle;
Glorificadle, descendencia toda de Jacob,
Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.
24 Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido,
Ni de él escondió su rostro;
Sino que cuando clamó a él, le oyó.
Pero no está satisfecho con quedarse cantando alabanzas a Dios en el tabernáculo en medio de los que temen a Jehová, David quiere anunciar a todas las naciones que nuestro Dios es el que salva (v. 25). Nuestro Dios es el que satisface a los que tienen hambre (v. 26). Nuestro Dios es el que imparte vida eterna a los que le buscan (v. 26). Nuestro Dios es digno de la adoración de todo el mundo (v. 27). Nuestro Dios es el rey de todas las naciones (v. 28). Nuestro Dios es el Señor de todos los poderosos de este mundo (v. 29). Nuestro Dios es digno de la adoración de cada ser humano ahora mismo y para siempre (v. 30), hasta las generaciones venideras le adorarán porque nuestro Dios salva (v. 31).
25 De ti será mi alabanza en la gran congregación;
Mis votos pagaré delante de los que le temen.
26 Comerán los humildes, y serán saciados;
Alabarán a Jehová los que le buscan;
Vivirá vuestro corazón para siempre.
27 Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra,
Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti.
28 Porque de Jehová es el reino,
Y él regirá las naciones.29 Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra;
Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo,
Aun el que no puede conservar la vida a su propia alma.
30 La posteridad le servirá;
Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación.
31 Vendrán, y anunciarán su justicia;
A pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto.
En este salmo, David clama a Dios, “¿por qué estás tan lejos?” y finaliza alabando a Dios, “cuando clamé a él, me oyó,” por eso, este salmo es un recordatorio en el momento del clamor, que nuestro Dios es el que salva. Aunque ahora mismo puede parecer que Dios está tan lejos, después le alabaremos por su salvación. Podemos orar este salmo en esta frase sencilla, “Dios, alabaré tu nombre porque me has salvado.”
Aunque David estaba pidiendo una salvación física y literal de sus enemigos, hemos recibido una salvación eterna del castigo y la esclavitud de los pecados. También podemos alabar a Dios por su gran salvación ante el mundo entero. Dios, alabaré tu nombre porque me has salvado.
¿Cómo podemos aplicar el tema principal del Salmo 22 en nuestras vidas?
En primer lugar, debemos recordar clamar a Dios en el momento de nuestra prueba.
Cuando nos enfrentamos a las dificultades, hay muchas respuestas: preocuparnos, tener miedo, llamar a un amigo para quejarnos, imaginarnos lo peor posible, pedir ayuda de alguien. Pero debemos responder como Jesús mismo respondió en el momento más difícil de prueba. En la cruz, ¿qué estuvo en los labios del Señor? ¿una exclamación de dolor? ¿garabatos para los ladrones a su lado o la gente que se burlaban de él? No, lo que estuvo en los labios del Señor en su momento de dolor y angustia fueron las palabras de las Escrituras, en específico, de este salmo, el Salmo 22.
Como nuestro Señor Jesucristo oraba los salmos, nosotros también debemos orar los salmos. Debemos estar tan llenos de la Palabra de Dios, que, en momentos de temor o dificultad, nuestras oraciones siguen las oraciones inspiradas de las Escrituras. De hecho, un propósito de esta serie es que tengamos un catálogo de las oraciones y los salmos para que podamos orarlos en el momento preciso.
También podemos seguir el ejemplo de nuestro Señor en momentos difíciles, porque él clamó a Dios con toda la emoción de David en el Salmo 22, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Los salmos de lamento nos enseñan que no es nada malo clamar a Dios en la oración, sentir todo el rango de las emociones humanas. Pero los salmos de lamento también nos enseñan que debemos llegar a una afirmación de confianza en Dios. Debemos recordar clamar a Dios en el momento de nuestra prueba.
En segundo lugar, debemos recordar alabar a Dios cuando nos escuche.
Muchas veces compartimos peticiones de oración que surgen de un corazón lleno de dolor y angustia. Cuando Dios nos escuche y responda nuestras peticiones, ¿qué hacemos? ¿Volvemos a agradecer a Dios? ¿Alabamos a Dios por responder nuestra petición del momento de prueba? O ¿seguimos con la vida como si mereciésemos el favor y la ayuda de Dios?
Aquí también podemos aprender del Salmo 22 y de nuestro Señor Jesucristo. El versículo 22 está citado por el autor de la epístola a los Hebreos, y de nuevo, el autor pone las palabras del salmo en la boca de Jesucristo. Es Jesucristo que está alabando y glorificando el nombre del Padre, testificando del poder y la bondad de Dios quien respondió su clamor (Hebreos 2:12). Si nuestro Señor le agradece al Padre por responder su oración, ¿cuánto más nosotros? Debemos recordar alabar el nombre de nuestro gran Dios porque Él nos ha salvado.