Orando los Salmos: Salmo 35

Dios, pelea contra los enemigos para tu gloria.

El Salmo 35 es un salmo de lamento individual, en que David expresa a Dios su situación y le pide justicia. Como todos los lamentos, inicia clamando a Dios por misericordia, y finaliza expresando confianza en la salvación de Dios. Este salmo también puede clasificarse como imprecatorio, o sea, una oración que pide a Dios la derrota de sus enemigos.

Los salmos imprecatorios nos parecen raros, porque nos acostumbramos a pedirle a Dios que tenga misericordia de nuestros enemigos según la enseñanza y ejemplo de Jesús (cp. Mateo 5:44; Lucas 23:34). Sin embargo, las oraciones imprecatorias del Antiguo Testamento piden la justicia de Dios en contra de los enemigos del rey de la teocracia, o sea los que se niegan estar al lado del ungido de Dios. Por eso, aunque leemos varios imprecatorios en los salmos, no encontramos ningún imprecatorio dentro de la iglesia neotestamentaria (por ejemplo, Hechos 7:60) después que terminó la teocracia. Sin embargo, escucharemos de nuevo los imprecatorios de los santos en el libro de Apocalipsis, cuando el Rey de reyes, el Hijo de David, Jesucristo, venga a la tierra para establecer su reino y vengarse de sus enemigos (por ejemplo, Apocalipsis 6:10; 11:17–18; 16:5–6; 19:1–3).

En la primera parte del Salmo 35, David pide que Dios pelee a su favor, derrotando a sus enemigos malvados (vv. 1–8). David se alegrará en Dios por su salvación, porque la justicia de Dios le ha ganado a la injusticia de los malvados (vv. 9–16). Una vez más, David llama a Dios a rescatarle y promete alabar a Dios por su salvación (vv. 17–21). David finaliza confiando en la justicia de Dios, que avergonzará a los injustos y dará alivio a los justos (vv. 22–28). Así que, el salmo pide que Dios pelee contra los enemigos de David (y de Dios) para que David y el pueblo de Dios alaben el nombre del Señor.

 Pelea contra los que me combaten.
2 Echa mano al escudo y al pavés,
Y levántate en mi ayuda.
3 Saca la lanza, cierra contra mis perseguidores;
Di a mi alma: Yo soy tu salvación.
4 Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida;
Sean vueltos atrás y avergonzados los que mi mal intentan.
5 Sean como el tamo delante del viento,
Y el ángel de Jehová los acose.
6 Sea su camino tenebroso y resbaladizo,
Y el ángel de Jehová los persiga.
7 Porque sin causa escondieron para mí su red en un hoyo;
Sin causa cavaron hoyo para mi alma.
8 Véngale el quebrantamiento sin que lo sepa,
Y la red que él escondió lo prenda;
Con quebrantamiento caiga en ella.

En la primera sección, David da a conocer su petición a Dios, que pelee contra sus enemigos. Estos enemigos quieren destruir a David sin causa (v. 7), pero él confía en Dios para su salvación (v. 3). Pide que los injustos sean confundidos en su maldad y que su complot no tenga éxito (v. 4).

 9 Entonces mi alma se alegrará en Jehová;
Se regocijará en su salvación.
10 Todos mis huesos dirán: Jehová, ¿quién como tú,
Que libras al afligido del más fuerte que él,
Y al pobre y menesteroso del que le despoja?
11 Se levantan testigos malvados;
De lo que no sé me preguntan;
12 Me devuelven al por bien,
Para afligir a mi alma.
13 Pero yo, cuando ellos enfermaron, me vestí de cilicio;
Afligí con ayuno mi alma,
Y mi oración se volvía a mi seno.
14 Como por mi compañero, como por mi hermano andaba;
Como el que trae luto por madre, enlutado me humillaba.
15 Pero ellos se alegraron en mi adversidad, y se juntaron;
Se juntaron contra mí gentes despreciables, y yo no lo entendía;
Me despedazaban sin descanso;
16 Como lisonjeros, escarnecedores y trúhanes,
Crujieron contra mí sus dientes.

David se regocijará en Dios por su salvación y justicia (v. 9), porque demostrará su justicia juzgando a los injustos (v. 10). De hecho, los enemigos de David son mentirosos (vv. 11, 16) e injustos (vv. 12, 15), aunque David había tenido misericordia de ellos en su momento de prueba (vv. 13–14). Así que, David le pide a Dios que haga justicia contra los injustos.

 17 Señor, ¿hasta cuándo verás esto?
Rescata mi alma de sus destrucciones, mi vida de los leones.
18 Te confesaré en grande congregación;
Te alabaré entre numeroso pueblo.
19 No se alegren de mí los que sin causa son mis enemigos,
Ni los que me aborrecen sin causa guiñen el ojo.
20 Porque no hablan paz;
Y contra los mansos de la tierra piensan palabras engañosas.
21 Ensancharon contra mí su boca;
Dijeron: ¡Ea, ea, nuestros ojos lo han visto!

Como en todas las peticiones de David por la salvación, promete alabar a Dios y darle la gloria. Apela a la justicia de Dios (v. 17) con ganas de confesar la grandeza y las maravillas de Dios a todos (v. 18). Quiere alabar a Dios porque defiende a los justos de los injustos (vv. 19–21).

 22 Tú lo has visto, oh Jehová; no calles;
Señor, no te alejes de mí.
23 Muévete y despierta para hacerme justicia,
Dios mío y Señor mío, para defender mi causa.
24 Júzgame conforme a tu justicia, Jehová Dios mío,
Y no se alegren de mí.
25 No digan en su corazón: ¡Ea, alma nuestra!
No digan: ¡Le hemos devorado!
26 Sean avergonzados y confundidos a una los que de mi mal se alegran;
Vístanse de vergüenza y de confusión los que se engrandecen contra mí.
27 Canten y alégrense los que están a favor de mi justa causa,
Y digan siempre: Sea exaltado Jehová,
Que ama la paz de su siervo.
28 Y mi lengua hablará de tu justicia
Y de tu alabanza todo el día.

David finaliza con toda la confianza en la salvación de Dios. Pide que Dios le defienda y haga justicia (vv. 22–26), y después quiere que no solo él, sino todos alrededor den gloria y alabanza a Dios por su justicia y victoria (vv. 27–28).

David confiaba en el poder de Dios para rescatarle de sus enemigos. También confiaba en la justicia de Dios para juzgar a los injustos. En todo momento, David quería llevar toda la gloria a Dios, alabándole a Él por su salvación. Podemos orar el Salmo 35 con esta frase sencilla, “Dios, pelea contra los enemigos para tu gloria”.

¿Cómo podemos aplicar el tema principal del Salmo 35 a nuestras vidas?

En primer lugar, el tema del castigo de Dios sobre los malvados destaca la justicia de Dios. Dios es completamente justo. Si bien vivimos la injusticia en nuestro mundo como David lo experimentaba, Dios ve todo y juzgará a todos en plena justicia. No hay ninguna persona que pueda sobornar o corromper la justicia intachable de Dios y ninguno puede esconder su injusticia ni escapar del castigo.

El apóstol Juan habla del juicio final de todos los inconversos, “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20:11–12). Los grandes junto con los pequeños serán juzgados por Dios según la verdad de sus vidas porque Dios es justo.

En segundo lugar, esta oración imprecatoria nos recuerda que hay un solo camino a Dios. No es posible ser neutral en cuanto a Dios o su Hijo, estamos de su lado o estamos en su contra, somos sujetos o somos rebeldes. Jesús destacó lo mismo, diciendo “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Todos sin excepción enfrentaremos a Jesucristo, puede ser como Salvador o Juez. Si creemos en el evangelio, que Jesús es el Hijo de Dios que murió en nuestro lugar, somos los hijos de Dios, estamos “en Cristo”. Si no creemos el evangelio, somos los enemigos de Dios y estamos bajo su ira. Como dijo Jesús, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). El único camino a Dios es a través de la fe en Jesucristo.

En tercer lugar, este salmo nos recuerda que vienen los días en que Jesús, el Rey de reyes, derrotará toda oposición, y todos los santos pedirán la venganza de Dios de sus enemigos para la gloria del Rey Jesucristo. Escuchen las palabras del apóstol Pablo hablando de la segunda venida de Jesús a la tierra en 2ª Tesalonicenses 1:6–10:

6 Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, 7 y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, 8 en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; 9 los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, 10 cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron.

Las oraciones imprecatorias nos recuerdan que Jesucristo vendrá no como niño indefenso en el pesebre, sino como el Rey de reyes y Señor de señores para establecer su reino en la tierra, y los que no son suyos sufrirán el castigo justo de sus obras. En las palabras de David, “Honren al Hijo, para que no se enoje, y perezcan en el camino; pues se inflama de pronto su ira. ¡Bienaventurados todos los que en él confían!” (Salmo 2:12).

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