Orando los salmos: Salmo 55

Dios, confío que tú harás justicia

El salmo 55 es un lamento individual, y como todos los salmos que pertenecen a este género, el salmista comienza pidiendo ayuda a Dios por una situación angustiosa (vv. 1-15), pero terminan declarando confianza en Él y en la obra que realizará a su favor (vv. 16-23). Además de ello, este salmo también puede ser catalogado como una oración imprecatoria, es decir, una oración que pide a Dios por la destrucción de sus enemigos (vv. 9, 15).

El salmo 55 comienza con su autor, el rey David, evidentemente angustiado (vv. 4-8) por las injurias e impiedades de sus enemigos (vv. 3, 10-11) y la traición de uno de sus amigos (vv. 12-14). En su aflicción, David clama a Dios y pide ser escuchado (vv.1-2), defendido y salvado de la maldad de sus perseguidores (vv. 9, 15). Sin embargo, antes de acabar su oración, el salmista termina expresando que confía en Dios, pues sabe que Él es el único que puede escuchar su oración, juzgar a sus enemigos y redimir en paz su alma (vv. 16-23). Por tanto, David confía en que Dios se encargará de sus enemigos y, junto con destruirlos, traerá paz a su vida. En una frase sencilla, el tema de este salmo se puede resumir en la siguiente oración: “Dios, confío que tú harás justicia”.

EXPLICACIÓN DEL SALMO

1Escucha, oh Dios, mi oración,
Y no te escondas de mi súplica.
2Está atento, y respóndeme;
Clamo en mi oración, y me conmuevo,
3A causa de la voz del enemigo,
Por la opresión del impío;
Porque sobre mí echaron iniquidad,
Y con furor me persiguen.

El salmo 55 comienza con el vigoroso clamor del salmista por ser escuchado y librado de la opresión de sus enemigos (vv. 1-3). Las expresiones: “escucha mi oración” … “no te escondas de mi súplica” … “atiéndeme” … y “respóndeme”, de inmediato ponen en relieve la gran aflicción de David y la urgencia con la cual requiere ser escuchado y ayudado por Dios. Y, es más, David indica que aun cuando ora siente ansiedad y conmoción (v.3) porque las palabras del enemigo y las amenazas del impío cayeron sobre él con violencia, y con calumnias, ira, desprecio y furor le estaban persiguiendo (v.3).

4Mi corazón está dolorido dentro de mí,
Y terrores de muerte sobre mí han caído.
5Temor y temblor vinieron sobre mí,
Y terror me ha cubierto.
6Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma!
Volaría yo, y descansaría.
7Ciertamente huiría lejos;
Moraría en el desierto.

Selah

8Me apresuraría a escapar
Del viento borrascoso, de la tempestad.

Luego de la invocación y la presentación de su causa (vv.1-3), David continua con una detallada exposición de su condición anímica y del estado de corazón. De hecho, el salmista es sumamente honesto en decir que se siente afligido, temeroso, y tembloroso (v.4); e inclusive, que el terror está por todo su cuerpo y que la preocupación le ha envuelto como su fuese un abrigo (v.5). David estaba notablemente angustiado y, por lo mismos, dice: ¡quiero huir lejos! En el verso 6, el salmista es claro en compartir que en ese momento su deseo era simplemente escapar de su angustiosa situación, y con imágenes altamente ilustrativas, señala que, si tuviera alas, volaría lejos para hallar un poco de descanso; y si pudiera huir, viviría en lo más lejano del desierto (v.7). No cabe duda de que David estaba sufriendo amargamente, y que su deseo era salir pronto de la aflicción, que describe como una tormenta dominada por vientos rabiosos (v.8)

9Destrúyelos, oh Señor; confunde la lengua de ellos;
Porque he visto violencia y rencilla en la ciudad.
10Día y noche la rodean sobre sus muros,
E iniquidad y trabajo hay en medio de ella.
11Maldad hay en medio de ella,
Y el fraude y el engaño no se apartan de sus plazas.

La oración de David continúa con la primera imprecación (v.9). El salmista ora a Dios, y dice: “Destrúyelos, oh Señor; confunde la lengua de ellos”, en otras palabras, el rey David pide a Dios que sus enemigos sean destruidos en forma total, y que sus maldades sean interrumpidas así como Dios impidió que maldad de los hombres prosperara confundiendo las lenguas de los que construían la ciudad de Babel y su gran torre (cp. Gn. 11:1-9). David ora a Dios de esta manera porque veía que esta era la única forma de que sus enemigos dejaran de acosarle y que sus impiedades dejaran de avanzar, puesto que ellos no solamente se estaban oponiendo al rey (y a Dios) sino que, además, estaban corrompiendo la ciudad donde ellos mismos habitaban. Como dice en estos versos, el salmista podía ver que toda la ciudad estaba contaminada con sus iniquidades, problemas, y maldades; e inclusive, las plazas, que eran lugares destinados para hacer negocios justos e implantar justicia mediante el consejo de los ancianos, estaban llenas de fraudes y engaños a causa de sus impíos enemigos (v.11).

12Porque no me afrentó un enemigo,
Lo cual habría soportado;
Ni se alzó contra mí el que me aborrecía,
Porque me hubiera ocultado de él;
13Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío,
Mi guía, y mi familiar;
14Que juntos comunicábamos dulcemente los secretos,
Y andábamos en amistad en la casa de Dios.

En esta sección, David da a conocer que la causa más grande de su aflicción se hallaba en la traición de uno de sus amigos. De hecho, David dice que si sus problemas solo se hubiesen tratado de afrentas, difamaciones y acciones hostiles provenientes de enemigos, él las habría soportado (v.12). Pero no fue así. El mayor problema era que entre sus enemigos no solo se encontraban los que le aborrecían, sino que entre todos sus perseguidores también había uno que supuestamente era su amigo; uno que supuestamente era una persona íntima, a quién trataba como guía, confidente y compañero de adoración (vv. 13-14). Por eso dice el salmista que si tan solo se hubiese tratado de la afrenta de un enemigo lo habría soportado, pero tener que digerir la traición de uno de sus íntimos amigos, le produjo el dolor más amargo y doloroso de toda su aflicción.

15Que la muerte les sorprenda;
Desciendan vivos al Seol,
Porque hay maldades en sus moradas, en medio de ellos.

En este verso, una vez más el salmista presenta una imprecación a Dios. David ora, y dice: “Que la muerte les sorprenda y desciendan vivos al Seol” (v.15), en otras palabras, el rey de la teocracia está pidiendo que sus enemigos sean sorprendidos por la muerte, así como Dios lo hizo una vez con todos aquellos miembros de la familia de Coré que fueron tragados vivos por la tierra a causa de sus rebeliones en contra de Dios (Nm. 16:31-33). David orar al Señor de esta manera porque la violencia (v.3), la maldad (vv. 10-11), la rebelión y la traición (vv. 12-14) se había hecho habitual en sus enemigos. “La maldad habita en ellos” (v.15 NVI), y tanto así, que más adelante David vuelve a describir a sus perseguidores como hombres sanguinarios y engañadores (v.23), de persistente falta de temor a Dios (v.19), llenos de iniquidad y deslealtad (v. 20), y dominados por la hipocresía y maldad (v. 21).

16En cuanto a mí, a Dios clamaré;
Y Jehová me salvará.
17Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré,
Y él oirá mi voz.
18El redimirá en paz mi alma de la guerra contra mí,
Aunque contra mí haya muchos.
19Dios oirá, y los quebrantará luego,
El que permanece desde la antigüedad;
Por cuanto no cambian,
Ni temen a Dios.

Selah

20Extendió el inicuo sus manos contra los que estaban en paz con él;
Violó su pacto.
21Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla,
Pero guerra hay en su corazón;
Suaviza sus palabras más que el aceite,
Mas ellas son espadas desnudas.

22Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará;
No dejará para siempre caído al justo.

23Mas tú, oh Dios, harás descender aquéllos al pozo de perdición.
Los hombres sanguinarios y engañadores no llegarán a la mitad de sus días;
Pero yo en ti confiaré.

A partir del verso 16 hasta el final del salmo, el clamor de David toma una nueva dirección, ya que, desde este momento todo lo que dice el salmista respecto a su aflicción lo presenta desde la perspectiva de la confianza y esperanza que tiene en Jehová y en la salvación que solo Él puede proveer. Ahora bien, cabe destacar que este cambio de dirección en la oración de David no fue motivado porque las circunstancias hayan cambiado, al contrario, el salmista deja ver que todavía estaba bajo el ataque y la violencia de sus enemigos (v.18), sus perseguidores continuaban obstinadamente en sus pecados y seguían sin tener temor de Dios (v.19), el que era su amigo persistía en la deslealtad, en la violación del pacto de paz (v.20) e insistían en la hipocresía de hablar bien habiendo guerra en su corazón (v. 21), y finalmente, todos sus perseguidores todavía actuaban con violencia y engaño en medio de la ciudad (v.23). Sin embargo, David conoce a Dios y confía en Él a pesar de las circunstancias (v.23); lo que le impulsa a decir con toda seguridad que Jehová oirá su clamor y le salvará (vv.16-17), y aunque contra él se levanten muchos, el Señor redimirá en paz su alma de la guerra (v.18) y quebrantará a sus enemigos (v.19) porque conoce que Jehová no cambia (v.19b) y sabe que el Señor no dejará caído al justo, sino que sustentará al que le busca, al que hecha sobre Él su carga (v.22), y al que confiadamente espera en la justicia de Dios (v.23).     

APLICACIÓN DEL SALMO

Ahora, ¿cómo podemos aplicar este salmo a nuestras vidas?

En primer lugar, este salmo nos recuerda la confianza que tenemos de decir todo a Dios en oración. Hermanos, ¿es pecado que un creyente se sienta desanimado, triste, asustado, confundido, agotado, y con deseos de huir de las aflicciones que le aquejan o desear no vivirlas? ¿Siempre tiene que estar bien el creyente? ¿Está mal que el creyente ore Dios y le diga que está “débil y cansado”? ¿Está mal pedir a Dios ayuda y libertad de la aflicción? ¿Está mal echar sobre Dios nuestras cargas? ¡Claro que no! Jesucristo mismo dijo a sus discípulos, horas antes de ser arrestado y entregado a juicio y a muerte, que se quedaran con él y le acompañaran en oración porque su alma estaba muy triste, hasta la muerte. Luego, leemos un poco más adelante que Jesús fue y oró tres veces a Dios diciendo que si fuese posible le librara de todas las agonías que vendrían con su sacrificio (Mt. 26:36-46). Y, finalmente, abriendo su corazón desde la cruz, Jesús dijo: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Así mismo, David ora a Dios en este salmo y expone con toda honestidad sus temores, sus ansiedades y su anhelo por ser librado de su aflicción (Sal. 55:4-8). Por tanto, no está mal que los creyentes abramos nuestros corazones a Dios y le digamos todo lo que estamos sintiendo y todo lo que provoca en nuestras vidas las situaciones difíciles que pasamos; ya sea por causa de una enfermedad, un accidente, una injusticia, una prueba, una mala decisión, una muerte, etc. No está mal abrir nuestros corazones a Dios, por el contrario, lo que está mal es no hacerlo. Jesús dijo: “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28). Y el apóstol Pedro dijo a los creyentes que padecían aflicción: “humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo, echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1P. 5:6-7).

            Por tanto, hermanos, hermanas, digamos todo a Dios en oración. Recordemos que por medio de nuestro gran sumo sacerdote, Jesús el Hijo de Dios, nuestro Salvador, podemos acercarnos confiadamente al trono de gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (He. 4:14-16).          

Y, en segundo lugar, este salmo nos recuerda que Dios es Justo y Él juzgará a los hombres. Como hemos visto, el salmo 55 contiene dos oraciones imprecatorias donde el rey David pide Dios que destruya a sus enemigos (vv.9, 15). Ahora bien, tal como nos ha sucedido anteriormente en esta serie de salmos (véase Salmo 35), leer oraciones donde el autor pide a Dios la derrota y hasta la muerte de sus enemigos nos pueden parecen un poco raras o, al menos, algo confusas (¿Acaso debemos orar por la muerte de nuestros enemigos?); y, sobre todo, porque el NT no da instrucciones a orar por la destrucción de los enemigos, sino que, en su lugar, leemos que Jesús enseñó a tener misericordia y amar a nuestros enemigos (cp. Mt. 5:44; Lc. 23:34; Ro. 12:14, 17-22); e inclusive, el NT nos llama a entregar la causa a Dios quien juzga justamente (Ro.12:19; 1P. 2:21-23). Por lo que, nos podemos preguntar, ¿entonces de qué manera debemos entender las oraciones imprecatorias del salmo 55? Bueno, en primer lugar, debemos recordar que las oraciones imprecatorias del AT tenían un contexto especial, ya que, cuando el salmista pedía a Dios por la destrucción de sus enemigos, estaba hablando de hombres impíos que se oponían al rey de la teocracia y se negaban a estar del lado del ungido de Dios; y, a la verdad, no solo se oponían a él, sino que además se oponía a Dios, volviéndose temerarios enemigos de Dios (Sal. 55:19). Y, en segundo lugar, recordemos que las oraciones imprecatorias también son expresiones de confianza que descansan en la justicia y en los tiempos de Dios, y no en las manos vengadoras del que ora (Sal. 55:19, 23; Sal. 94:20-23). Así que, cuando David clama en este salmo lo hace confiando en Dios en Su carácter, en Sus promesas y en Su justicia, y luego, cuando pide al Señor que destruya a los hombres que sin temor se oponían a Dios y al rey que Dios había ungido, sabía que el Señor ya tenía preparado un día para juzgar a los enemigos y hacer descender a los impíos al pozo de perdición (Sal. 55:23).

            Hermanos, los creyentes no somos llamados a apropiarnos de las imprecaciones de los salmos ni a orar por la destrucción de nuestros enemigos (recordemos que estas oraciones están pidiendo la justicia de Dios en contra de los enemigos del rey de la teocracia), más bien, los creyentes somos llamados a orar por la salvación que los hombres solo pueden hallar en Jesucristo (1Ti. 2:1-5) y a descansar en Dios, quien juzgará justamente la impiedad de todos los hombres. Hermanos, hermanas, Dios ve todo y juzgará a todos en plena justicia. No hay ninguna persona que pueda sobornar, corromper o burlar la justicia perfecta de Dios. Ninguno puede esconderse de Su justicia ni escapar del castigo. Por tanto, si somos perseguidos o afligidos por enemigos de la cruz, encomendemos la causa al Señor (1P. 2:21-23; Lc. 23:34; Hch. 7:60) recordemos las palabras del apóstol Pablo a los romanos, cuando dijo: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Ro. 12:19). Y así será, hermanos. Un día Dios juzgará, y ese día será cuando el Rey de reyes, el Hijo de David, Jesucristo, regrese a este mundo para establecer Su reino, vengarse de todos Sus enemigos y juzgar a todos los hombres (véase Ap. 19:1-3; 20:11-12).  

PREGUNTAS DE REPASO

  1. Juveniles y Jóvenes: ¿En qué consisten los salmos de lamentos individuales imprecatorios?
  2. Mujeres: ¿Qué evidencias vemos en el texto de que el salmo 55 sea un lamento individual imprecatorio? (mencione versículos)
  3. Niños y juveniles: ¿Cuál es la frase sencilla que resume el tema del salmo en una oración? ¿Por qué es importante la justicia de Dios para David?
  4. Hombres: ¿Por qué David podía estar confiado de que Dios le escucharía y atendería sus peticiones? ¿Por qué podemos nosotros, los creyentes, estar confiados de que Dios escucha nuestras oraciones?
  5. ¿Puedes compartir alguna experiencia donde hayas deseado, al igual que David, “huir como paloma al desierto”? ¿Quién o qué fue lo que te fortaleció en esos momentos?
  6. ¿Te cuesta confiar en Dios a pesar de las circunstancias? ¿Por qué? ¿Cómo podemos aprender a hacerlo?
  7. ¿Qué opinas de los salmos imprecatorios? ¿Qué puedes aprender de ellos? ¿Cómo puedes aplicar esas oraciones en tu vida?
  8. ¿Le cuentas todo a Dios en oración? ¿Qué tan honesto e íntimo eres con Dios? ¿Te cuesta?
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