¿Quién es mi prójimo? ¿Cómo debo enfocar mi amor?

Como aprendimos la semana pasada, debemos amar a Dios sobre todo y amar a los demás como a nosotros mismos. Somos seres finitos, con una capacidad finita para amar y con tiempo limitado, y por eso, no podemos amar a todos en la misma manera. ¿En quién debemos enfocar nuestro amor?

Jesús respondió a un intérprete de la ley que le hizo una pregunta, «Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10:29), contando una historia de un viajero que fue asaltado y robado y dejado medio muerto en el camino. Tres personas llegaron donde estaba, todas le vieron, pero las primeras dos pasaron de largo. La tercera, una samaritana, le vio, se acercó a él y fue movido a misericordia (Lucas 10:33).

¿Quién fue el prójimo?

A diferencia de los otros, el samaritano tuvo misericordia, por eso, la pregunta más importante no es quién es o quién no es mi prójimo, sino quién necesita de misericordia. Las necesidades alrededor de nosotros se convierten en oportunidades para tener misericordia.

¿Cómo podemos priorizar las necesidades que vemos?

Dentro de las muchas necesidades, podemos ponerle la atención primero en las más cercanas: nuestra familia (1ª Timoteo 5:8), la familia espiritual (la iglesia local, y los miembros con quienes nos hemos comprometido para cuidarles), los creyentes más allá (Gálatas 6:10) y los demás. También podemos enfocarnos en las necesidades más grandes: los más desesperados (los que no tienen recursos ni defensa, como huérfanos y viudas, Santiago 1:27), los dependientes que no tienen otros recursos y las necesidades de largo plazo. El Nuevo Testamento nos instruye que no participemos con los maestros falsos (2ª Juan 10–11) ni con hermanos que pueden pero no quieren trabajar (1ª Tesalonicenses 3:10).

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