Orando los Salmos: Salmo 110

Dios, ¡que tu Rey domine toda la tierra!

El Salmo 110 es un salmo del reinado teocrático y es el salmo más citado en el Nuevo Testamento. Tanto el versículo uno como el cuatro, los autores del NT aplican claramente a Jesucristo, como deidad (v. 1) y en su ministerio mesiánico como rey-sacerdote en el libro de Hebreos (v. 4).

Escrito por David, el rey conforme al corazón de Dios y uno de los personajes más significativos del Antiguo Testamento, este salmo da dos revelaciones proféticas sorprendentes sobre la venida del Mesías, la Simiente de la mujer (cp. Genesis 3:15) a través de quien todo el mundo sería bendito (cp. Genesis 12:3).

Salmo 110:1 es citado varias veces en el Nuevo Testamento, siempre refiriéndose a Jesucristo (Mateo 22:44; Marcos 12:36; Lucas 20:42–43; Hechos 2:34–35; Hebreos 1:13; 8:1; 10:12–13). En tres pasajes el apóstol Pablo se refiere a la exaltación de Jesús a la diestra de Dios sobre todas las cosas, haciendo alusión al versículo 1 (1ª Corintios 15:25, Efesios 1:20–22 y Colosenses 3:1). Salmo 110:4 está citado en el Nuevo Testamento cuatro veces en la epístola a los Hebreos (5:6; 6:20; 7:17, 21), hablando del ministerio de Jesús como el perfecto sumo sacerdote.

El salmo se compone de tres oráculos de Jehová, o sea, tres declaraciones reveladoras (v. 1, 2, 4). Podemos identificar a los tres personajes en el salmo: David, Jehová y el Señor de David. David, como el autor, es el “yo” del salmo. Cuando escuchamos a Jehová hablando, se dirige tres veces al Señor (el “tú”). Desde la perspectiva del rey David, podemos aprender cuatro cosas del Hijo de David, el Señor.

El Hijo de David es el Dios de David (v. 1)

Dios le había prometido a David que sus hijos reinarán en su trono para siempre (2º Samuel 7:12–16). David quería construir una casa (un templo) para Dios, pero Dios dijo en cambio que construiría una casa (una dinastía) para David.

El Salmo 110, escrito por David bajo la inspiración del Espíritu Santo (Marcos 12:36), revela que, aunque la dinastía de David podría no mantenerse intacta, el linaje de David sí culminaría en un rey que sería más grande que su padre.

Jehová dijo a mi Señor:
“Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”

En el primer versículo, David escucha a Jehová diciendo al Señor que se siente a la diestra de Jehová hasta que Dios ponga a los enemigos del Señor debajo de sus pies. Sentarse a la diestra indicaba una posición de honor, privilegio y preferencia, y sentarse a la diestra de Dios mismo es un lugar que ningún hombre pecaminoso puede ocupar. Dios no puede dar gloria y honor a ningún ser creado. Por eso, el Señor es distinto de Jehová, pero es Dios igual.

En ese momento, David era el rey ungido por Dios mismo y no había ningún otro rey que pudiera atentar contra él (cp. Salmo 2:2–3, 12). A la misma vez, dentro de la cultura oriental, un hijo nunca era mayor que su padre. Por decir que el hijo de David era también su Señor o amo indica que el Hijo de David sería divino. De hecho, Jesús mismo ocupó este salmo como demostración de su deidad cuando los líderes religiosos judíos lo acusaban de blasfemia. Citando el Salmo 110:1, Jesús demostró que el Mesías sería Dios encarnado (Mateo 22:41–46). El Hijo de David gobernaría sobre el mundo entero en un reino que Dios mismo le había dado.

El Hijo de David será un rey conquistador (vv. 2–3)

En el segundo versículo, David escucha de nuevo a Jehová, ahora encargando al Señor con el mandato de su reinado. La vara representa el poder y autoridad para reinar. Este Rey no solamente reinará desde Jerusalén, recibiendo el tributo de las naciones (como hizo David), incluso saldrá a conquistar y derrotar a sus enemigos.

Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder;
“Domina en medio de tus enemigos.”
3 Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder,
En la hermosura de la santidad.
Desde el seno de la aurora
Tienes tú el rocío de tu juventud.

El Hijo de David saldría como vencedor conquistador, gobernando desde Jerusalén por sobre sus enemigos. Aunque David, y hasta cierto punto Salomón, disfrutaron de este tipo de dominio militar y paz regional, este Rey venidero disfrutaría de la bendición de Dios para dominar a sus enemigos. Mientras los enemigos del Rey se someterían a su gobierno (v. 2), los sujetos de su reino servirían al Rey con gozo, ofreciendo sus vidas para defender a su Rey amado (v. 3).

El Hijo de David será un rey y sacerdote (v. 4)

El tercer oráculo de Jehová es muy interesante, porque hace una diferencia muy grande entre David y su Hijo el Rey. Dios no solo dará la victoria y el dominio al Hijo de David, sino que también le otorgará un ministerio sacerdotal especial. Los reyes de Israel siempre procedían de la tribu de Judá, lo cual excluyó en absoluto que el rey pudiera servir como sacerdote, ya que los sacerdotes eran de necesidad de la tribu de Leví (Génesis 49:10; Números 18:2–6; cp. Hebreos 7:13–14).

Juró Jehová, y no se arrepentirá:
“Tú eres sacerdote para siempre
Según el orden de Melquisedec.”

Pero la promesa jurada de Dios al Rey venidero señala un sacerdocio diferente, uno anterior al sacerdocio de Aarón. Melquisedec fue rey y sacerdote en los días de Abraham (Génesis 14:17–24). El significado de esta promesa es que el Rey venidero no solo gobernaría sobre Israel (y el mundo), sino que también mediaría entre Dios y su pueblo (y el mundo). Su sacerdocio sería perpetuo e interminable, lo que conmueve el corazón del autor de Hebreos al meditar en la persona y obra de Jesucristo, quien resucitó y vive para siempre (Hebreos 7).

El Hijo de David será el Juez de toda la tierra (vv. 5–7)

La sección nos da una conclusión de las otras partes. Si el Señor es Dios, y si es un rey conquistador, y si es un rey y sacerdote perpetuo, entonces él tiene la autoridad para juzgar a toda la tierra.

El Señor está a tu diestra;
Quebrantará a los reyes en el día de su ira.
6 Juzgará entre las naciones,
Las llenará de cadáveres;
Quebrantará las cabezas en muchas tierras.
7 Del arroyo beberá en el camino,
Por lo cual levantará la cabeza.

Dios continúa su promesa al Hijo de David, afirmando que permanezca a su diestra y sometiendo a él a todos los reyes (v. 5). No solo reinará sobre Israel en el trono de su padre David, Dios le dará el derecho de juzgar a todas las naciones gentiles, y su derrota será total (v. 6). Después de someter a todo bajo su autoridad, gozará de refrigerio y soberanía completa sobre el mundo (v. 7).

Reflexionemos por un momento en lo que David sabía antes del Salmo 110 y cómo el salmo expandió su entendimiento de sus hijos. Por medio de otra revelación, David sabía que:

  • Dios le había ungido como rey de Israel (2º Samuel 7:8).
  • Dios había establecido su trono en Jerusalén (Salmo 2:6).
  • Dios le daría el reinar sobre las naciones (Salmo 2:8; 10–12).
  • Su hijo Salomón heredaría su trono después de su muerte (2º Samuel 7:12).
  • Salomón construiría el templo de Jehová (2º Samuel 7:13).
  • Él y sus hijos tendrían una relación eterna con Dios como un hijo con su padre, la cual se destacaría por misericordia, o sea, amor leal (2º Samuel 7:14–15; Salmo 2:7).
  • Sus hijos reinarían sobre Israel para siempre (2º Samuel 7:16).

Con la nueva revelación del Salmo 110, David sabía que:

  • Un solo Hijo de David será su Señor (Salmo 110:1).
  • Ese Hijo debe ser divino (Salmo 110:1).
  • Ese Hijo debe ser eterno (Salmo 110:4).
  • Ese Hijo se sentará a la diestra de Dios, esperando que le dé un reino (Salmo 110:1).
  • Ese Hijo reinará desde Jerusalén sobre toda la tierra (Salmo 110:2–3).
  • Ese Hijo representará al pueblo delante Dios como sacerdote para siempre (Salmo 110:4).
  • Ese Hijo juzgará toda la tierra con la autoridad de Dios mismo (Salmo 110:5–6).

No podemos subestimar la importancia del Salmo 110 dentro del Antiguo Testamento. El salmo dirige y enfoca todas las expectativas de los profetas del resto del Antiguo Testamento en una sola persona, un hijo de David, un rey que dominaría toda la tierra.

El Salmo 110 no nos da una conclusión ni nos pide una respuesta, pero la información que contiene nos llena con esperanza y ganas de ver la venida y el reinado de ese Rey. Podemos resumir este salmo con la oración sencilla, “Dios, ¡que tu Rey domine toda la tierra!”

¿Cómo podemos aplicar el tema principal de este salmo a nuestras vidas?

Es importante para nosotros, como la iglesia de Jesús, que reconozcamos dónde estamos hoy en día dentro del Salmo 110. El apóstol Pedro, predicando en el día de Pentecostés, dijo que Jesús de Nazaret, después de su muerte en la cruz y su resurrección de los muertos, ascendió al cielo y fue exaltado por la diestra de Dios (Hechos 2:33). Citando el Salmo 110:1, Pedro concluye que Dios le hizo a Jesús Señor y Cristo, el “Señor” del Salmo 110 y el Mesías, el rey ungido por Dios (Hechos 2:36).

Jesús ascendió al cielo y “se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3). “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies” (Hebreos 10:12–13).

Jesús está actualmente sentado a la diestra del Padre en el cielo, esperando que el Padre le envíe a la tierra para establecer su reino. Por eso, estamos ahora mismo entre el versículo 1 y el versículo 2 del Salmo 110. Cuando venga el momento, el Padre enviará al Hijo a dominar en medio de sus enemigos (Salmo 110:2). Sabemos que Jesucristo volverá, primeramente, para rescatar a su iglesia, pero después a la tierra para destruir a los que le han rechazado. Escuchen las palabras de Pablo a los tesalonicenses:

“Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron, por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros” (2ª Tesalonicenses 1:6–10).

Es precisamente lo que dijo Jesús sobre su venida a los sacerdotes que le condenaron a la muerte. El sumo sacerdote le preguntó, “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Marcos 14:61–62).

Jesús vendrá a la tierra, no para salvar, sino para juzgar a los pecadores. Como dice Salmo 110:6, “Juzgará entre las naciones”. Como dijo Jesús mismo, “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Juan 5:22–23).

Por eso, es de suma importancia que todos que escuchen el evangelio se arrepientan de sus pecados y crean en Jesucristo, porque solo por medio de Él podemos tener perdón de pecados y paz con Dios. Salmo 2:12 nos advierte, “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían”.

Nosotros los discípulos de Jesucristo podemos y debemos orar el Salmo 110 porque Jesús mismo nos enseñó a orar así: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Para nosotros que estamos confiando en el Rey y esperando su venida con ganas, hay al menos tres bendiciones que disfrutamos por medio del Salmo 110.

Jesucristo es el Señor de todo.

En primer lugar, ya que Jesús reinará sobre todas las cosas, y es el Padre quien pondrá todo bajo sus pies, Jesús es el Señor de todo. Tiene toda autoridad sobre mi vida y es la máxima autoridad en nuestra iglesia. De hecho, Pablo, haciendo eco de Salmo 110:1, dice que quiere que la iglesia en Éfeso sepa el poder de Dios, “la [fuerza que] operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Efesios 1:20–22). Jesucristo es el Señor de todo.

Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote eterno.

En segundo lugar, si estamos en Cristo, tenemos un sumo sacerdote que está sentado a la diestra de Dios mismo, intercediendo por nosotros. El autor de Hebreos, en un comentario inspirado de Salmo 110:4, expone el sacerdocio de Jesucristo. No tenemos miedo a Dios, porque estamos representados por el perfecto sumo sacerdote, que vive siempre para interceder por nosotros (Hebreos 7:25). Es un sacerdote para siempre (Salmo 110:4). No tenemos vergüenza por nuestro pecado al acercarnos a Dios, porque nuestro sumo sacerdote no ofrece sacrificios animales por pecado, sino que se ofreció a sí mismo, el sacrificio perfecto y eterno por el pecado. Por eso, se sentó a la diestra de Dios, porque se ofreció a sí mismo una vez para siempre. “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies” (Hebreos 10:12–13). Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote eterno.

Jesucristo es el Rey de los reyes.

En tercer lugar, si estamos al lado del Rey de Dios, el que viene venciendo y juzgando, no tenemos nada que temer. No debemos tener miedo a la persecución u oposición si somos del pueblo del Rey. Pablo dice que “en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37). ¿Qué tememos? ¿La muerte? Nuestro Señor ya ha derrotado la muerte, resucitando de los muertos, y Dios pondrá todo debajo de sus pies, incluso la muerte. Dice Pablo a los corintios, dando eco a Salmo 110:1, “Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1ª Corintios 15:25–26).

Hermanos, Jesús vendrá en poder y gran gloria. Juan describe la escena. “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:11–16). Jesucristo es el Rey de los reyes.

Oremos con el Salmo 110, “Dios, ¡que tu Rey domine toda la tierra!”

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