Orando los Salmos: Salmo 123

Dios, esperamos tu compasión

El Salmo 123 es un salmo de confianza. Como parte de los cánticos graduales, los cuales cantaban los judíos mientras viajaban hacia Jerusalén, este salmo expresa la confianza de los que adoran a Jehová en su bondad y compasión. El salmo es corto, con solamente dos estrofas, y plasma la esperanza de los que temen a Jehová y su anhelo por el corazón compasivo de Dios. Los salmos de confianza expresan nuestra fe en la soberanía y la bondad de Dios en una manera poética. Podemos ver varias palabras repetidas (ojos, manos) que señalan la idea central de la primera estrofa (vv. 1–2). Al final de la estrofa, vemos una palabra clave (misericordia, o compasión) que nos lleva a la segunda estrofa. Podemos notar que el salmista comienza hablando de sí mismo (v. 1), pero pasa a hablar por todo el pueblo de Israel (vv. 2–4).

La esperanza de los ojos expectantes (vv. 1–2)

Mientras los israelitas viajaban a Jerusalén tres veces al año para alabar a Jehová, cantaban los cánticos graduales. Estos salmos se enfocan en preparar el corazón para la semana de adoración y alabanza a Dios en su templo. El salmo 123 habla de alzar los ojos a Dios, porque él habita en los cielos (v. 1). Acercarse a Dios en el Antiguo Testamento siempre tenía que ver con subir al Dios altísimo.

1 A ti alcé mis ojos,
A ti que habitas en los cielos.
2 He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores,
Y como los ojos de la sierva a la mano de su señora,
Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios,
Hasta que tenga misericordia de nosotros.

El segundo versículo hace una comparación con los ojos alzados a Dios. Dice el salmista que miramos a Dios como los siervos miran a la mano de sus señores. ¿Cómo es que los siervos miran a la mano de sus señores? Parece que habla de la expectativa del siervo. No puede exigir nada de su señor, sino depende completamente de su bondad y compasión (v. 2).

Nos recuerda el ejemplo de Nehemías, el copero del rey, que estaba entristecido por la condición de la ciudad de Jerusalén (Nehemías 1:4). Aunque agonizaba por la ciudad, no podía aparecer triste ante la presencia del rey (2:1–2). La única esperanza de Nehemías en ese momento fue orar a Dios (2:4), pedir la misericordia del rey (2:5, 7) y esperar que concediera la petición (2:8). Así los que adoran a Jehová no vienen a exigirle, sino pedir su compasión.

La esperanza de las almas hastiadas (vv. 3–4)

La palabra que se traduce misericordia en los versículos 2 y 3 nos da el vínculo entre la primera y la segunda estrofa. Cuando los israelitas venían a adorar a Dios, llegaban con ojos expectantes, pidiendo la compasión y la ayuda de Dios.

3 Ten misericordia de nosotros, oh Jehová,
ten misericordia de nosotros,
Porque estamos muy hastiados de menosprecio.
4 Hastiada está nuestra alma
Del escarnio de los que están en holgura,
Y del menosprecio de los soberbios.

Pidieron ayuda y compasión porque llegaron con almas hastiadas (v. 3). Cansados y agotados por el menosprecio de los enemigos de Israel y de Jehová, se refugiaron en la presencia de Dios (el templo) para pedir su ayuda y refugio (v. 4).

Dentro del contexto original del Salmo 123, el salmista quiere animar a que la nación de Israel venga a adorar a Jehová esperando su bondad y compasión. Podemos resumir el Salmo 123 con esta oración sencilla, “Dios, esperamos tu compasión”.

¿Cómo podemos aplicar el tema principal de este salmo a nuestras vidas?

Aunque no hacemos el viaje al templo en Jerusalén tres veces al año para adorar a Dios, nosotros que estamos en Cristo tenemos acceso a Dios en todo momento. También estamos esperando la compasión de Dios, con los ojos mirando su mano, confiando en su bondad. En los momentos difíciles, dependemos de la bondad de Dios, porque es nuestro único refugio.

El Salmo 123 nos recuerda que podemos esperar con confianza la bondad de Dios, porque entregó a su Hijo por nosotros (Romanos 8:32). Dios nos dio a su Hijo, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?

En segundo lugar, debemos recordar que nuestro refugio no es Jerusalén, ni el templo, ni ningún otro lugar. Nuestro único refugio es el Señor Jesús. El autor de Hebreos nos recuerda que nuestra esperanza en la persona y la obra de Jesucristo es un consuelo fuerte y un ancla segura y firme.

Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (Hebreos 6:17–20).

En momentos complicados, podemos orar a Dios con confianza en Jesús, “Dios, esperamos tu compasión”.

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